Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
El escándalo se desató en Querétaro los primeros días de noviembre del 2024 a raíz de un hecho violento. La noticia tuvo impacto a nivel nacional e internacional. Querétaro estaba considerado como uno de los lugares seguros en relación a las demás entidades de la República. Así que cuando ocurrió el citado evento, causo sorpresa y extrañeza, aunque se sabía que de un momento a otro podía ocurrir. La cuestión era solo de tiempo.
Haciendo alegoría de la mirada de Jorge Ibargüengoitia, el escándalo fue similar al de la jovencita quinceañera de pueblo, que ha ido creciendo, siendo una niña de bien, consentida, modosita, que se porta siguiendo las reglas de etiqueta y decoro, pero un día se destrampa y en una ocasión de juerga, bebe licor poniéndose “hasta las manitas”, haciendo desfiguros y poniendo en riesgo el apellido de la familia.
El escándalo y el cotilleo en los pasillos con los grupos de reunión se dejan venir como una avalancha. “La niña de bien perdió los estribos” porque sus familiares se hacían de la vista gorda.
Querétaro había estado ocupado por los retos del stress hídrico que sufre ya desde hace años, el crecimiento urbano exponencial y desordenado, la especulación inmobiliaria, por la movilidad de sus habitantes, la falta de servicios propios de una ciudad de población intensa, tales como fugas de agua potable y del drenaje, la basura por doquier, el comercio informal y ambulante, las vialidades llenas de baches, los cortes de energía eléctrica, entre otras tantas calamidades que surgen en las metrópolis.
Mal que bien, al menos en papel, la regulación de dichos problemas, eran atendidos por sus autoridades y administraciones correspondientes. Y estaba una asignatura pendiente; la violencia latente, de la cual todo mundo hablaba, pero no se decía abiertamente. El tema que se encuentra en esa nebulosa administrativa porque se supone que es de competencia federal, aunque en lo federal se dice que es estatal no era atendida directamente ni por uno ni otro nivel.
La realidad dio un golpe en la mesa y ahora debe resolverse o al menos confrontarse en la medida de sus capacidades de ambos niveles de gobierno.
La violencia, desde la que aparece en la esfera doméstica, pasando por la del tiempo libre y esparcimiento nocturno, hasta la de otras esferas más peliagudas debe ya considerarse en una política pública que sea efectiva y que se ejerza adecuadamente. Aquí se vera de que están hechos los gobernantes y los políticos locales, si desean contribuir a la paz y la armonía de su comunidad buscando resultados eficaces, o si gustan distraerse y evitar las soluciones politizando el tema o tratando de sacar raja política de este fenómeno.
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