Me partiste el corazón, vidrio astillado,
¿Qué esperas en tan concurrida esquina? ¿Compasión, ayuda, piedad, limosna?
Tu cara expresa la angustia de la espina,
Tus cuatro hijos, de ocho a tres, alineados
A la vera de tus manos de madre,
Sucios, interrogantes, sonrientes,
Jugando en un jardín sin esperanza.
Cuanto dolor y cuánto debes haber llorado
Cada vez que dicen “mamá tengo hambre”
Y por más, un mendrugo no alcanza
Para alejar de esos niños la condena
Lacerante de un apetito voraz
A la edad en que el estómago más reclama.
Cuánto mojarás la Tierra con tu llanto
Cada vez que dicen “mamá tengo frío”
Y tu cuerpo no basta para darles calor,
A pesar del abrigo de tu corazón.
Y cuántas lágrimas escondidas entre tus manos Habrán acosado tu razón ante la sombra de la noche cada vez que ellos dicen “mamá tengo miedo”
Y tu propio miedo no es regazo de paz ni de consuelo.
¿Y donde estamos tus hermanos de raza,
Los que tenemos todo: vestido, sustento y casa.
¿Dónde estamos? ¿Por qué no te vemos? ¿Por qué no compartimos el pan contigo y con tus hijos? Porque damos gracias en la mesa Orando temerosos de perder el pan recibido Y no guardamos para ti, madre abandonada, ¿Ni un mendrugo, ni un dulce, ni un bocado?
No, no digan que El Señor vive entre nosotros; Debiera mostrarse más seguido porque somos duros: ¿Nos va a visitar El Señor cada 2000 años?
Mucha ventaja le da al mal que entre su pueblo vive: ¡2000 años! ¡Es mucho tiempo para una madre abandonada con sus hijos! ¡Señor, ven a verla, no la abandones también!
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