Neon

Luz Neón

Manuel Basaldúa Hernández

El Arquitecto veracruzano-brasileiro Emiliano Duering (2013) , cita en uno de sus artículos de divulgación científica, aludiendo a Milton Santos, que “todo espacio humano es sede, producto y factor condicionante de las formas sociales, sean éstas tendientes a generar equilibrios o violentas asimetrías”, y retoma de Borja que “el espacio público, contrapuesto al privado es considerado como el lugar que permite el encuentro y la construcción de ciudadanía”. Aunque me quedo con la contundente frase señalando que “el espacio público se modifica constantemente con las prácticas sociales que en él se realizan, pero no siempre altera notoriamente lo edificado.”

Como dirían en el barrio, hablando en buen cristiano, a lo que me refiero con la ayuda teórica de Duering, es a la constante lucha por el espacio que se está librando día a día, semana tras semana, en el Centro Histórico, que abarca la calle Madero desde el Jardín Guerrero hasta Juárez, incluyendo el Jardín Obregón, y en especial en el andador 5 de Mayo y Plaza de Armas. Los actores en cuestión son; los comerciantes establecidos, otrora vendedores ambulantes quizá; los actuales vendedores ambulantes, “artesanos”, se hacen autonombrar; las mujeres indígenas ñhañhus; los inspectores municipales y las autoridades correspondientes, tanto municipales como estatales; y desde luego unos actores líquidos (es decir) que son paseantes y no están de fijo presentes, pero que estos últimos son la manzana de la discordia, porque son turistas que consumen o compran los productos u objetos que ofrecen los comerciantes y vendedores ambulantes.

Ese reducto de espacio de la ciudad, condensado en un fragmento de calle, es el centro de lucha entre lo público y lo privado. Que muestra violentas asimetrías, la cual es dinámica porque depende de quien se sienta afectado o trastocado en sus intereses. Y todos se abrogan el derecho de poseer influencia sobre ese espacio, sintiéndose trastocado su interés y legalidad de uso del espacio. Nadie de estos actores tiene claro cómo debe consignarse el espacio público, y lo imagina como espacio privado, donde se encuentra con la posesión de cada uno de los actores. Y esto sucede porque el Gobierno (municipal y Estatal) no ha dado pie con bola para establecer delimitaciones precisas de acuerdo al derecho y a una buena negociación entre las partes.

El empantanamiento del conflicto no beneficia a nadie de los involucrados con intereses dignos de una actividad laboral provechosa, que le da al Estado y a la ciudad un sello distintivo. Ese empantanamiento solo reproduce maliciosamente modelos de victimización de cada una de las partes, y quienes salen ganando son los aprovechados políticos y lideres alevosos que quieren perpetuar ese conflicto y confusión del espacio privado y el público. Y ante esa prolongación queda evidente que el Gobierno (municipal o Estatal) o no quiere o no puede resolverlo tampoco, mostrando simplemente un fracaso como

gestor, dejando también evidente que el espacio público, es decir la calle, no es para nadie en una anarquía galopante.

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