EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 121023
¿UN COLIBRÍ EN EL CENTRO DE LA CIUDAD?
Por alguna razón desconocida, últimamente -tres o cuatro años para acá- recibo la visita en la casa de los colibrís. Principalmente cuando una sábila de la jardinera del patio, florea. Chupan el néctar de las flores y luego descansan un momento sobre los tendederos.
Es una visita que me alegra y reconforta mi espíritu, porque es un ave emblemática sobre la que se han tejido infinidad de historias, desde tiempos inmemorables.
Todos sabemos que las culturas prehispánicas sentían una especial fascinación sobre esta ave que tiene una especial forma de volar, no solo por la rapidez con que mueve sus alas, sino que es capaz de mantenerse inmóvil en el aire y poder desplazarse hacia atrás. También por lo singular de su pico y los extraordinarios colores de su plumaje. Pequeño y diminuto es de una gracia y ternura impresionantes.
La mitología mexica asociaba al dios Huitzilopochtli con el colibrí y señalaba que estas aves eran el espíritu de los guerreros caídos en combate.
Digo que son extrañas sus visitas en mi casa, porque vivo en el centro de la ciudad de San Juan del Río y desde luego escasea la vegetación. Aquí, el centro histórico es una placa de adoquín y graffiti, que no ofrece muchas cosas atractivas a la vista. Así es que… ¿qué hace un colibrí en el centro de la ciudad?
No alcanzo a dar una respuesta a ello, porque el enigma crece si reconozco que éste acontecimiento no se presentó en décadas y solo en el ahora reciente se manifiesta.
He preguntado entre vecinos que si al igual que a mí, reciben a estas visitas y la respuesta ha sido no. Casi todos ellos cuentan con patios en sus casas –son tan antiguas o más que la mía- y poseen una arquitectura muy similar porque todas datan –más o menos- de la misma época: principios del siglo pasado. Además todos cuentan con plantas de ornamento. Por eso quiero pensar que solo les gusta a los colibrís visitar mi casa y yo poder admirarlos a través de la ventana del sala. “Me hacen el día” verlos. Más porque he descubierto que entre los visitantes hay una pareja que han llegado con todo y crío, que he podido apreciar porque se posan en los tendederos.
Más me entusiasmo, si me aferro a la leyenda maya sobre el que ésta ave lleva y trae los pensamientos y los sentimientos felices de los humanos de un lugar a otro. Así que me imagino que alguien piensa en mí, de este mundo o de otros, cuando los colibrís aparecen. Y más aún, si recuerdo que es un ave a la que no se le puede mantener en cautiverio. Es esencialmente libre.
A veces fantaseo con llenar de sábilas el patio de la casa, para que cuando florezcan recibir decenas de colibrís que inundaran mi patio con sus aleteos, sus preciosos picos curvos y sus colores brillantes y majestuosos, lo que sería un espectáculo increíble. Ahora mismo, en el momento de redactar estas líneas ha aparecido uno que después de libar las flores de la cactácea, se ha posado sobre el tendedero y ha mirado curioso a todos lados identificando un probable o posible peligro. No estoy a su vista, por lo que ha permanecido un buen rato quieto. He podido apreciar el verde intenso y brillante de su plumaje, con el negro y amarillo de su cuello y diminuta cabeza. Sin duda es un ave extraordinariamente bella. Repentinamente levanta y el vuelo y desaparece tras la barda.
Me entusiasma pensar que haya traído un pensamiento de algún familiar cercano ya fallecido y murmuro un nombre conocido. Me reconforto y por un instante me siento feliz.
Bendita naturaleza que nos ha regalado cosas tan maravillosas como ésta: el colibrí.
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