EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 030222
Llego a la conclusión que la oposición en México no existe. Si entendemos ésta como la corriente política que debe tener una propuesta diferente, auténtica, congruente y honesta con sus principios, que represente una alternativa real, viable y razonada a la del gobierno en el poder, que tiene una presencia importante entre la ciudadanía y que abandera causas sentidas de la mayoría de la población, que no son atendidas o son rechazadas por el presidente en turno, en el país no existe.
Hay –eso sí- una serie de actores políticos y de organizaciones que estuvieron en el poder durante muchos años, que desarrollaron todo un catálogo de vicios, desvíos y perversiones que genera el poder mal entendido, que los llevaron a cambiar, a transformarse, a mutar, de lo que era un partido político a una especie de organización fuera de la ley, más parecido a una banda, a una nomenklatura (como la calificó Carlos Salinas de Gortari), a una coalición de intereses (como diría Octavio Paz), a un pacto de impunidad, de simulación, con el objetivo único de enriquecerse rápido y sin consecuencias legales.
Y ahí está la historia del país que documenta las últimas ocho décadas. Especialmente las últimas tres.
El giro que dio la nación en la elección del 18 agarró de sorpresa a todos, incluidos los propios ganadores, que después de por los menos tres descomunales fraudes, por fin veían la posibilidad de darle un giro sustancial a las políticas públicas de la nación, que se desmoronaba bajo la rapiña y la corrupción: descomunales deudas billonarias que crecieron exponencialmente en tan sólo doce años, al pasar de los 1.33 billones de pesos en el 2006, a los 10.83 billones de pesos en el 2018. Calderón la subió de uno a cinco y Peña Nieto la duplicó de 5.35 a 10.83 billones, en un periodo de tiempo extraordinariamente breve.
La pregunta obvia y obligada es ¿dónde está ese mundo de dinero, ¿cómo fue invertido, en donde está la obra pública que la justifica? No hay evidencia física de dónde se invirtió el dinero, pero sí una descomunal sospecha de quién se quedó con los recursos que pagamos los contribuyentes. Eso algún día lo sabremos, aunque tal vez sean mis hijos los testigos -o mis nietos- que ya anda por ahí, gateando en este mundo.
Sin embargo, para darle proporción a la magnitud de la deuda contraída por México en el periodo arriba mencionado, habría que señalar que con solo un billón de pesos -de los cinco de Calderón o los más de diez de Peña Nieto- se construirían dos trenes mayas, dos aeropuertos internacionales de la Ciudad de México y dos refinerías de Dos Bocas. ¿Se imagina qué se hubiera podido construir con los otros nueve restantes?
Hoy, en medio de una de la pandemia más devastadora que haya enfrentado la humanidad, se está vacunando gratuitamente a la población del país; se construyen cuatro obras emblemáticas del sexenio, sin un solo peso más de deuda pública; con programas asistenciales que les incomodan a algunos, porque consideran que becas y pensiones es “regalar el dinero”, porque es “populismo” y clientelismo aunque sean universales.
De tal manera que los partidos políticos desplazados hoy del poder -y sus actores principales o los más visibles- se repliegan desconcertados a refugiarse en la vieja y acartonada estrategia de distorsionar, calumniar, mentir, desaparecer, disfrazar, ningunear, acallar, como lo hicieron por medio siglo, para tratar de convencer al electorado –como dijo Mario Vargas Llosa- ¡de que nos equivocamos!
Lamentablemente para ellos no lo consiguen, pues la aprobación presidencial anda por encima del 70 por ciento y seguramente será ratificada en la consulta que el INE intenta sabotear. Las diatribas de la oposición es una vieja película -muchas veces vista por los ciudadanos- que ya no se espantan con el petate del muerto. Con ellas engañaron mucho tiempo, aunque hoy las divulguen los mismos comunicadores mediáticos de siempre, absurdos, contradictorios, deshonestos y millonarios.
La campaña no permea ni revierte la tendencia, pues no termina por convencer. La oposición no ha entendido que está tratando hoy con un político y un movimiento muy diferente a los que estaba acostumbrada; que esto es algo sin precedente en la historia política del país, pues el partido que fundó Obrador, solo le llevó siete años para ponerlo en el poder.
Y que de seguir esta tendencia de empatía electoral que no han podido destruir –y ante su incapacidad para crear cuadros más acabados, finos y profesionales- la elección del 2024 la tienen desde hoy perdida. Aclaro de una vez, que no soy militante de Morena, para que no se me señale de activista. Los detractores de hoy son los aduladores de ayer. Creen que el tiempo y la historia son inamovibles y no ven –como no ven muchas otras cosas- que se tendrán que saldar muchos años de agravios, abusos y excesos a la población, que pusieron en riesgo al país y que recuperarlo llevará muchos años de trabajo y esfuerzo conjunto.
Pero que, sobre todo, que esto será tarea de todos, incluida -por supuesto- la oposición y que deberá ser con autenticidad, legitimidad y honestidad. Sin simulaciones ni dobles caras.
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