Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
Hace algunos años Querétaro paso un par de momentos vergonzosos en cuestión de seguridad: le robaron a la policía. Efectivamente, unos “amantes de lo ajeno” con pleno descaro y atrevimiento robaron las armas de cargo a los policías. Lo sustrajeron de una caseta de vigilancia. En otro momento, mientras los policías se alimentaban en la vía pública disfrutando de unos ricos antojitos callejeros, los rateros sustrajeron de la patrulla objetos que había en su interior y entre estos sus armas.
La seguridad se ha convertido en una de las principales preocupaciones en las familias queretanas en particular, y las mexicanas en general. Los robos se han convertido en un dolor de cabeza de los ciudadanos, y en uno de los flagelos que lastiman la economía, la salud pública y al clima de tranquilidad que antes solíamos tener. Los letreros de “vecinos vigilantes” en la mayoría de las colonias se han multiplicado. No importa si son populares, de clase media o alta, los avisos están en las entradas principales de tales unidades habitacionales.
Para los que viven los llamados “cotos” o “clusters” tampoco escapan a estos riesgos, sin duda es menor, pero ahí está la sombra de la delincuencia. Recientemente se han difundido noticias de que en estos lugares cerrados los vigilantes con el pretexto de revisar, saben que casas están solas y se han introducido para cometer robos. Para los pobladores el temor existe, y hay quienes invierten en la protección de su patrimonio, cercas eléctricas, alarmas, alambrados, cámaras de video, entre otros elementos disuasivos.
Muchos ciudadanos han sufrido robos a su casa habitación o sus vehículos, o daños a estos mediante los llamados “cristalazos”. Los encargados de la seguridad se han visto rebasadas ante un sinnúmero de eventos de esta naturaleza.
Para las autoridades la cosa es distinta. La publicidad sobre la seguridad es apabullante. La inversión en edificios y cámaras de vigilancia como el reciente inaugurado llamado pomposamente “El Rinoceronte” que tuvo un costo de 800 millones, que se suman a los cientos de millones que se supone se aplicaron recientemente a la seguridad. Además, se han instalado botones de pánico, se han comprado nuevas patrullas y ahora se incorporan drones como parte de ese sistema de seguridad.
También se presume que los miembros de estas corporaciones han sido altamente capacitados y tienen mejores recursos de preparación, y desde luego buenos salarios. Los gobernantes se sienten orgullosos de su infraestructura. No obstante, los índices tanto de percepción de seguridad, como de los delitos que se cometen en las distintas demarcaciones van al alza, y los ciudadanos están inconformes con los resultados.
El tema de la seguridad ciudadana es una gran asignatura pendiente, y para resolverlo se requiere más allá de discursos, de cuentas alegres y de edificios nuevos resultados efectivos.
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