Neon

 

Luz Neón

Querétarosutra

Manuel Basaldúa Hernández

 

(léase el siguiente texto escuchando de fondo “Luces de Nueva York” con la Sonora Santanera, y con una narración con voz en off con la ronquera de Carlos Monsiváis).

La hilera de hombres con mandiles color azul, haciendo alusión al gobierno municipal panista, cerca de la calle más erótica -como refiere el buen “Paco Lucas”- Zaragoza con Vergara, ha sido designada a la noble tarea de cuidar el lugar en la Alameda Hidalgo para que no se placeen más el ramillete de mujeres con falditas de encaje hasta el derriere, y otros personajes que hacen olas en la moral y la salud de la ciudad.

La noble tarea del “oficio más antiguo del mundo”, como las inundaciones en el Centro Histórico retoman su cauce natural, y reclaman sus territorios. En las primeras décadas del Siglo XX por ahí por Vergara (antes llamada de La Buena Esperanza) estaban las casas de citas donde mujeres de la vida galante. A finales de ese mismo siglo también contábamos con su presencia, que después se diluyó, pero nunca desapareció en esos bares y cantinas de la Calzada y del Barrio de San Francisquito. Zona de dominio del popular “Calabazo”.  Zaragoza en la parte del centro se inunda por agua pluvial y carne voluptuosa.

La prostitución en Querétaro, como en la mayoría de las ciudades del mundo, es un tema y problema estructural, mas que funcional, por cuestiones económicas y políticos. Soterrada a los giros negros, a la clandestinidad, a lo informal, es también una forma de moneda de cambio, una postura hipócrita de los gobiernos y las sociedades que la cobijan.

En su “Historia de la sexualidad”(1982), Michael Focault dice que cada uno de nosotros lleva un fragmento de la noche, con su significación general y universal, una causa omnipresente y cierto miedo que no cesa que es esa cuestión del “sexo”, en sus dos sentidos, interrogatorio y problematización, porque nos lleva a una exigencia de confesión e integración a un campo de racionalidad. Menciona además algo todavía muy palpable y sentido en Querétaro por sus raíces y sus ecos idiosincráticos: la evocación de un cristianismo antiguo. Y es ese cristianismo que dejó como residuos males morales que resultan en detestar el cuerpo, y a la vez, como si fuera la otra cara de la misma moneda amar el sexo, y con esta ambivalencia se tornó deseable conocerlo y hacer valioso todo lo que se dice de él. Aunque se le culpabilizó por ignorarlo, pero esa forma de ignorarlo lo hacia mas sugerente a los deseos.

La sociedad antigua promovía sus valores familiares cultivando a sus doncellas y mancebos a buscar un buen partido, o al menos formar una familia decente. Sin escapar a la naturaleza de la formación sexual, como Margaret Mead (1939) hablaba sobre los jóvenes de Samoa: reglas estrictas antes de la iniciación sexual, la consumación formal de las uniones de las parejas, y ya después cierta permisibilidad en el adulterio o esas formas de compartir el cuerpo. Nadie conocía, pero todos sabían, que los caballeros queretanos visitaban lugares non santos. (el tema con las mujeres se cuece aparte, porque también existe) Y es ahí donde la ciudad se yergue sobre uno de sus mitos fundacionales que hasta contiene elementos alegóricos, a decir de Sergio González en “Los bajos fondos” (1988): “enlace fugitivo entre lo real y lo ficticio. En sus múltiples formas -cantina, prostíbulo, centro nocturno o cabaret” por el que atraviesa la otra vida urbana. El antro, añade, registra el reverso de la cultura normal, es el negativo o molde revelador de la cotidianidad colectiva.

Así, bajo esos términos, La ciudad es famosa y conocida por los Arcos, sus templos con interiores de arte barroco, sus calles de cantera y sus casas virreinales, pero también en el otro Querétaro es La Yeguita, El Farol, El Qiu, La Iguana, Fiesta Charra, La Alameda, Pancho´s Villa, la famosa calle de Río Ayutla, Cuahutemoc allá por la antigua estación del ferrocarril, y tantos otros puntos para iniciados y villamelones.

(aquí la música nuevamente recobra fuerza, y como en términos radiofónicos entra en fide on, se escucha la voz de María Luisa Landín cantando desde el fondo del alma “amor perdido”)

José Rodolfo Anaya Larios, en sus “Apuntes para la historia de la prostitución en Querétaro” (2010), nos recuerda que en 1931 había un reglamento para el ejercicio de la prostitución en Querétaro. Y destaca la presencia de Juana, conocida como “La Sierpe” que llevo a muchos hombres al pecado en sus relatos y prosa satírica como el señala en esa obra.

En la Alameda, no en balde en la primera década del 1900 por ahí se encontraba esa Calle de la Buena Esperanza, antes llamada también “Calle de las muchachas”, por donde estaba el viejo molino El Fenix -hoy se observa aun su derruida construcción- y rondaba la plaza de toros y atinadamente se le llamaba la “plaza del recreo”.

En la época actual, tercera década del Siglo XXI, el trabajo sexual y la prostitución solo se desplaza de un lado a otro, como esa “Sierpe” a la que refiere Anaya Larios. No se le puede desaparecer porque es necesaria en esta sociedad desbordante de libido, donde también sirve de pararrayos del deseo, una válvula de escape para los deseos oscuros, a costa del adulterio y la sordidez a la que se someten las calles y espacios públicos urbanos. Donde se normalizan los escotes y las piernas exhibidas sin pudor sobre zapatos de aguja o tenis de falsa inocencia. Tan falsa como las políticas públicas que no han logrado resolver la territorialidad, y funcionalidad de esta práctica sexual. No obstante que hay en la entidad una Ley de Salud del Trabajo sexual para regular esta actividad, se palpa el abandono que da lugar a otras actividades peligrosas para los feligreses y clientes inocentones. Abandono (tolerancia o complicidad) con bandas y lenones que desborda la espacialidad de estos giros negros.  Con las consecuencias que ya se han registrado en la nota roja de los periódicos locales.

El Querétarosutra es una técnica para ejercitarse en los placeres del sexo, sostenido entre cortinas de una regulación administrativa y una frágil moral pública que rápidamente se desvanece ante el deseo. Es también una postura incomoda en ocasiones, pero volcada en la ambigüedad desenfadada de la cachondes urbana.

(vuelve a sonar la Sonora Santanera y se desvanecen los acordes de las trompetas con “Luces de Nueva York).

 

 

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