Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
Nuestra ciudad con los cambios que le exige la modernidad de los tiempos actuales esta convulsionándose, ese síntoma es muestra de su constante transformación, con unas cosas para bien y otras para mal.
Con ese proceso hemos visto desaparecer una serie de costumbres, hábitos y tradiciones que los pocos queretanos de antaño ven con cierta melancolía y añoranza. Y que los nuevos queretanos y los recién avecindados no tienen idea de tales actividades se llevaban a cabo, pero se está imponiendo otras.
Mencionaré solamente algunas de aquellas, para tener idea de dichas costumbres.
Cuando era medio día, la estación de bomberos que era la única y la principal en la Avenida Zaragoza hacía sonar su sirena. El ulular se podía escuchar en toda la ciudad. Estamos hablando de la década de 1960 y esta práctica duro hasta después de algunos años de 1970. Este era un referente del tiempo, y de la división del día.
Pero el “ángelus” también estaba presente en esta barroca y creyente ciudad, a medido día la XENA y la XEJX a medio día incluían en su programación el “ave maría” interpretado por Don Pedro Vargas, en su versión de Schubert, cuando el locutor daba su introducción: “Son las doce del día, y es hora de darle gracias al creador”.
“ya soltaron al león”, nunca entendí ni me explicaron la frase, pero esta se refería a la hora en que el maestro “Yeyo” terminaba de dirigir a la orquesta del Gobierno del Estado, y que amenizaba todos los domingos con sus temas vernáculos y populares. El kiosko del Jardín Obregón, (le rebautizaron con Zenea, pero para muchos sigue siendo el Obregón) era el escenario para tales interpretaciones que deleitaban a los asistentes. Terminando esa velada musical, todos se retiraban a sus casas, dejando en la absoluta soledad y silencio al centro de la ciudad.
Las serenatas eran recurrentes y socorridas. La forma musical de expresar el sentimiento de los enamorados, y cuando se conquistaba el corazón de una dama, se hacía llevando una serenata con los tríos que se ponían a disposición precisamente en la esquina de ese mismo Jardín Obregón, ya caída la noche. Muy trajeados y boleados, los trios cantaban los boleros ahí mismo o acudían al pie de la ventana de las muchachas a quienes había que mandar ese mensaje amoroso.
Las cantinas eran el lugar de esparcimiento y convivencia por antonomasia, no podían dejar de mencionarse, con sus deliciosas botanas y otorgadas de forma gratuita, tenían su rango de calidad, que en realidad poco importaba. Pero las que se ubicaban en el centro de la ciudad y sus alrededores dejaron huella para aquellos sedientos de los alipuses y las charlas agradables. La Perla, El Tiber, La Casa Verde, El Bohemio, El 201, La Roca, La Unión, por citar solo algunas de las emblemáticas eran el oasis obligado para parroquianos y ciudadanos distinguidos.
Caminar era una práctica común de lo que ahora se llama “movilidad”, había autobuses de pasajeros, y desde luego se hacía uso de la bicicleta, pero caminar era en primero lugar la opción de los queretanos para trasladarse. A menos que una urgencia o un evento particular surgiera, se podía tomar un taxi. Y para ello se acudía a lugares específicos, a donde había una caseta telefónica con su encargado, o desde donde se tomaba el vehículo en turno.
Estas y otras actividades más han desaparecido debido a que se han hecho obsoletas, o el espacio ya no da para ellas, o la población ya no tiene interés, o está en contra de algunas. El fragor de la vida citadina ha llevado a muchos de los locales a resguardarse en sus casas, a no frecuentar otros lugares por su larga distancia o porque ya no siente propios los espacios ni las actividades, y se han quedado como atractivos turísticos. ¿Ustedes que otras cosas que se han perdido pondrían en esta lista?
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