Neon

Luz Neón

Manuel Basaldúa Hernández

 

Leila Alaoui ha sido de gran inspiración para mí, ella fue una fotógrafa franco-marroquí que se dedicó a retratar a la gente invisible. Fue victima del terrorismo islamista en el 2016 (al islamismo que muchos occidentales defienden y adoran sin sentir el horror que causan). Ella se refería a la gente invisible, a la que nunca sale en los medios. Cuando decido mirar a las personas invisibles aparece un marco, una lectura a través de la lente de una cámara de fotografía, con ángulos, con luz, con contrastes esta la evocación para Leila. Son instantes solamente, son segundos del tiempo en los que se debe imprimir la imagen en la mente, en la memoria. Y solo es para mí, para el recuerdo y la intención de una referencia en texto algún día.

Seguramente le ha pasado a usted, en el momento en que esta en su auto esperando a que cambie la luz del semáforo y se encuentra frente a una persona que pide dinero, a un vendedor de mazapanes. Quizá esté dentro del autobús que lo llevara en su ruta a su casa o trabajo y mira por la ventana a una mujer tomando de la mano a su hijo esperando cruzar la calle. O en un café, y mientras le da sorbitos a su taza va pasando una vendedora de flores. O mientras camina y se hace un barrido del paisaje con su vista.

A través de esas miradas me he dado cuenta de la inmensa cantidad de personas que deambulan por las calles de Querétaro. Unas son migrantes temporales, de esas personas que van de paso del sur hacia Estados Unidos. Otras que van de ciudad en ciudad sin destino alguno. Unas más que escapan de pueblos del sur y van como almas en pena pidiendo dinero para poder comer al día.

Existe otro gremio, si se le puede decir así, de personas lisiadas que hacen malabares de futbol, los hay que son tragafuego, unas más que son de doble personalidad; indígenas y malabaristas. También encontramos a zanqueros, mimos, malabaristas urbanos que hábilmente cuelgan una cuerda entre los árboles y hacen números de equilibrio, entre otras suertes.

No faltan los vendedores; estos comercian desde alfarería rural, mazapanes, morelianas, jícamas, piñas y otras verduras de temporada. Y los sorprendentes vendedores de artefactos del clima, es decir, si llueve traen limpiadores de cristales para auto, impermeables. Si hace sol, sombrillas, si hace viento, cometas, si es tiempo de mosquitos, raquetas para atrapar y eliminar mosquitos, y cualquier otra eventualidad, ellos venden lo que se requiere.

Los inválidos, mutilados, enfermos, de la tercera edad, que receta en mano, o letreros explicando no se quedan atrás.

Quienes están más olvidados y se han convertido en parte del paisaje arbolado son quienes han decidido hacer de su refugio los tubos de drenaje, las alcantarillas, entre los árboles, entre los recovecos de los puentes, los resquicios de bardas abandonadas; casas elaboradas con plásticos, cartones y otros desperdicios de la basura.

Sus moradores son drogadictos, enfermos mentales, y desahuciados de sus familias o de la sociedad, que tienen como único patrimonio el carrito del supermercado lleno de bolsas de basura (para una persona común, para ellos un tesoro). Hombres y mujeres relativamente jóvenes que han sido relegados de una vida digna, con familia o de la sociedad. Que se resisten a ser atendidos por medio de la asistencia gubernamental o de instituciones. Prófugos de la Patrulla Espiritual y ser tazos dorados, o simplemente una basura humana, de desecho que no es considerada para nada.

La ciudad tiene en su haber una caterva de nómadas insufribles, que para unos son totalmente invisibles, para otros un reto administrativo y gubernamental. Son nuevos nómadas, no porque hayan aparecido recientemente, sino porque aparecen constantemente y se reproducen a medida que se extinguen. Son parte de la ciudad, de la comunidad, y que debemos de saber convivir con ellos. No tienen solución, pero al menos hay que visibilizarlos.

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