Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
La ciudad es un punto de encuentro de la población que busca oportunidades de vida y desarrollo. Vemos con naturalidad los pasajes comerciales que nos ofertan múltiples mercancías. Los jardines embellecidos para el solaz de la población que acude a restaurantes y cafés ofreciendo una vista bella de la arquitectura urbana. Se celebra la peatonalización de algunas céntricas calles. Y así, entre otras acciones similares la ciudad es nuestra.
Vemos con cierta sencillez a quienes disfrutan la ciudad, quienes la recorren y aprovechan su arquitectura, su comercio, su gastronomía. Niños disfrutando del parque con un globo en la mano, jóvenes platicando en grupos con un helado, mujeres con bolsas de tiendas de marca, hombres caminando con portafolios en sus negocios, muchas personas más transitando en la calle, un indigente pidiendo una moneda, otra mujer indigente pidiendo comida, un indigente sobre un cartón utilizado como cama, ubicado en un rincón de un edificio histórico. Otro indigente bebiendo agua de una fuente donde perros y pájaros hacen lo mismo.
¿Indigentes, dijimos?
Si, entre toda esa gama de ciudadanos existe un número indeterminado de personas que deambulan de un lado a otro, de una calle a otra, de una colonia a otra, de una ciudad a otra. Son los nuevos nómadas. Personas sin techo, sin familiares que los atiendan, trashumantes que la mayor parte del tiempo son invisibles a nuestro interés, o incluso, son receptores del repudio público. En Querétaro los (no) vemos que habitan en los tubos de drenaje, en los huecos de los puentes, en un resquicio de una fuente, al lado de un árbol. Con sus refugios construidos con cartones, llantas, plásticos y cualquier otro material que es considerado basura para unos, material de protección de la intemperie para ellos. Estos parias que rechazan el cobijo institucional de los Ayuntamientos, de las organizaciones humanitarias para brindarles techo, alimentación e higiene.
Rechazan esta ayuda en respuesta a que sus familiares les han rechazado. Gabriela Fuentes y Fernando Flores, en su artículo “La indigencia de adultos mayores como consecuencia del abandono en el Estado de México” refieren los datos de Flores Lozano en tanto que “aproximadamente 20 por ciento de la población experimenta la soledad y el abandono social, en un entorno de estrés y violencia, lo que ha ocasionado importantes cambios sociales y culturales que han venido a neutralizar los valores tradicionales que protegían a la familia y en especial a los adultos mayores (Flores Lozano, 2000).” Es cierto, la mayor parte de los indigentes que (no)vemos en la calle son adultos, y gran parte son cercanos a la tercera edad. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, quienes sufren de soledad y abandono en el mundo son algo mas que 36 millones de adultos mayores en el planeta. En días recientes, supimos del desalojo de varias personas que ya se habían apropiado de algunos rincones en el Jardín Guerrero.
Las cuales fueron desalojadas y removidas a los refugios de personas en situación de calle. La nota sin embargo, es totalmente baladí para muchos otros ciudadanos. Pero el drama social que enfrentamos no alcanza el nivel de interés y preocupación humanitaria que debemos tener frente a estos desarraigados y segregados del beneficio del desarrollo social. Irónicamente, hay mas organizaciones y personas ocupadas en la atención y cuidado de los animales que en sus congéneres.
A nivel de humanidad, esta es una asignatura pendiente que tenemos con nuestra propia comunidad. No podemos decir que alcanzamos un desarrollo pleno, cuando estos indigentes no alcanzan ni siquiera el status de pobres. La locura, la demencia, la soledad, el abandono, la depresión, el stress, el sufrimiento por la indiferencia humana, y el rechazo social son elementos que aquejan como demonios a estos nuevos nómadas que recorren como fantasmas la ciudad.
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