Mérida Linda: un poema de Carlos Ricalde

 

MERIDA LINDA

 

No se qué tiene mi tierra

que no hay otra como ella:

¿será su luna más grande

y que cuento más estrellas?

 

O tal vez sus flores encendidas

bajo un sol que raja piedras

y que en la tarde,

acariciada por la brisa,

en las sienes prendidas

lucirá linda mestiza.

 

Algo tiene mi pueblo

que no hay en otro lugar,

¿acaso la blanca tierra

que en maya llamamos sascab?

 

O será por el plano verde

que se funde con el mar,

¿o la casita de paja

con su pozo a medio solar?

 

Quizás es por su buena gente

sonrisa amiga de par en par,

de trato amable, muy complaciente,

que el buen viajero sabe apreciar.

 

No se decirlo con galanura,

me apoya entonces la observación:

¿será mujer tu cara de Luna

lo que a mi tierra vuelve canción?

 

No todo es grato a mis preguntas,

también hay penas por explicar:

Será causa de mi tristeza

la nostalgia que me abruma

¿por el tiempo que se va?

 

¿Qué se lleva a mis amigos,

mis recuerdos y el palmar

y que regresa como heridas

que nadie puede cerrar?

 

Así, Mérida Linda y amada,

se vuelve la tierra hacia mí,

tierra de la que he salido

¡buscando lo que hay aquí!

 

Más fingir nunca he podido

que soy muy feliz ausente,

si en mis ojos se descubre

La nostalgia por mi gente.

 

Cargo el peso de la ausencia

y no hay lugar para olvidar:

la pandilla y los hermanos

como pájaros en las ramas,

hurtando caimitos y mangos,

Sisando zapotes y huayas,

acosados por el grito

y la lluvia de pedradas

del vecino enardecido

que nos evitaba jugar …

—robar, rezongaba él—

 

En las tardes de mi tierra

cuya brisa viene del mar,

las vecinas la disfrutan

estrujando al que no está,

vigilando de reojo

a sus niños en la calle,

cuya pelota traviesa

algún vidrio romperá.

 

¡Tantos juegos se han perdido

cuanto la ciudad ha crecido!

El burro castigado y el tinjoroch,

la chácara y la kimbomba,

pesca-pesca y tamalitos a la olla,

y como cabras en la noche

cansados de callejear,

nuestra madre nos consentía

con chocolate de agua y dulce pan,

colgadas ya las hamacas

¡para volver a soñar!

 

Mérida Linda es más grande

y casi no la puedo abrazar;

de bellas tierras muy lejanas

la han venido a refundar,

nos han traído su historia,

sus costumbres y su amor,

se amalgaman los eventos

hacia un nuevo Yucatán.

 

Negociantes* han brotado,

por lo pronto, de a montón:

los panuchos se han fundido

con los sopes, ¡bienvenidos!

La chaya guiñe ojos al romero;

se gusta de cochinita y barbacoa

que amplían dilecto menú;

franceses y hamburguesas,

Xtabentun y tequila,

malvaviscos y los zunchos

y al final, “hasta luego”,

además de “vaya bien”.

 

Esta tierra, que es mi tierra,

en verdad no tiene igual,

su música es diferente

su fiesta típica, la vaquería;

¿su comida? ¡bomba!,

¡emblema y arte nacional!

 

Mérida Linda, Madre singular,

acicalada con flores multicolor

a la vera del encaje de tu albo traje,

tejido a mano con arte y con amor:

todo en ti se usa sin agravio

y vaya que así, se ve mejor;

los huipiles estampados,

guayaberas y alpargatas,

los tenis y la mezclilla,

¡oiga usted, que maravilla!

son la estirpe que ya está,

es la suma de esperanzas,

es la forja de los pueblos

¡Todo en uno es Yucatán!

 

Carlos Ricalde

 

*Negociante: expresión usada para llamarle a un objeto que por el momento

se olvidó el nombre.

 

Hay que fijarse en la mirada de la persona que pide ese objeto, ¡más si la

Madre lo señala

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