Manuel Basaldúa Hernández
La pandemia de coronavirus que se desató en el año 2019 puso a prueba a los sistemas de salud de todo el mundo. A medida que llegaba a cada país su contagio empezó a causar estragos.
Hubo cierta uniformidad de respuesta en la mayoría de los países; aislamiento, uso de cubrebocas, distanciamiento social cómo prevención y la puesta en marcha de un agresivo plan médico para la atención de los enfermos. El primer efecto, fue desde luego señalado para el tema médico, inmediatamente después se puso el foco en lo económico, posteriormente en lo psicológico, y sus efectos concomitantes en lo laboral, lo educativo, incluso en lo relativo al esparcimiento. La estructura digital tuvo una presión mayor al unísono que lo científico y tecnológico para la creación de una vacuna que combatiera al virus. Los gobiernos de cada nación elaboraron un plan que abarcara todas esas áreas de acuerdo a sus posibilidades organizativos y recursos administrativos.
En el mes de febrero del 2021, de acuerdo al sitio “Our World in Data” de la Oxford Martin School de la Universidad de Oxford, mientras que en países como Israel que ya ha vacunado a 65 personas por cada 100, en EEUU a 12.81, en Chile a 4.17, en México apenas se tiene el 0.56 de cada 100 hasta el momento. En tanto que el número de contagios sigue creciendo, así como la cantidad de decesos ocasionados por el susodicho coronavirus (un poco más de 169 mil personas fallecidas). Solamente 638, 391 personas han sido vacunadas en su primera dosis de un total de 128.93 millones de habitantes. En todas las mediciones sobre la aplicación de vacunas e impactos de la pandemia de acuerdo esta Institución, nuestro país se sitúa en la parte más crítica hasta debajo de las tablas.
Cómo hemos visto cuando han ocurrido tragedias ocasionadas por desastres naturales o errores humanos en accidentes la respuesta de los mexicanos es espontánea, solidaria e inmediata. En el caso de la pandemia covid-19, ¿por qué tenemos un desastre en su organización para contenerlo y combatirlo, y con lamentables resultados de mortalidad y morbilidad? ¿Por qué la gente no responde de la misma manera?
Más allá de que el presidente promueva una postura de desacato a las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud, de los expertos y los científicos. El mensaje de la Secretaria de Salud del Gobierno mexicano ha sido confuso, contradictorio y sin claridad de su estrategia. Sin recursos médicos suficientes en su estructura de salud y sin las vacunas a su disposición, los gobiernos: federal, estatales y locales desdeñaron un recurso que podía evitar contagios masivos y causar miles de muertes, de igual manera que podía paliar de manera importante los efectos de la pandemia: la cultura.
No se acudió, ni se ha acudido, a las redes sociales locales que existen en la esfera urbana y rural a través de cofradías, comités, mayorazgos, clubes entre muchas otras formas de organización territorial, religiosa o social para establecer mecanismos de participación que garantizaran el uso del cubrebocas, la sanitización, el distanciamiento social, y operar mecanismos de transacción y convivencia. Promover la acción por medio de los patrones culturales puede tener mucha efectividad ante la saturación del sistema de salud y la falta de un medicamento que combata al virus. La comunidad mexicana tiene buenas respuestas cuando se le apuesta al beneficio de la colectividad, y esto sería un perfecto complemento a un sistema riguroso y serio de salud pública. Seguir ignorando las indicaciones de los expertos en salud, de los científicos de la medicina y de las áreas sociales, es prolongar la pandemia, poniendo en riesgo constante a toda la comunidad.
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