Manuel Basaldúa Hernández
El título del presente escrito es una evocación del breve ensayo a su vez llamado ¿Por qué no soy marxista? del reconocido y casi olvidado escritor y filósofo inglés Bertrand Russell (aunque en realidad puede ser un homenaje involuntario para Jorge Ibargüengoitia).
Ha sido muy visto y sabido en estos años del 2020, que la política y la participación partidista entre los mexicanos se ha convertido en una práctica muy activa. Tan es así que ha habido rompimiento de relaciones entre familias debido a que unos siguen a un líder y otros lo atacan.
Entre amigos la cosa es similar, y las rencillas no se han dejado esperar, ya ni se diga entre integrantes de los grupos vecinales de WhatsApp, que empiezan por publicar un “meme” y mínimo terminan mentándose la madre. A nivel general se ha llegado “alcanzar al otro nivel” y las batallas verbales se efectúan con adjetivos otrora impensados tales como “fifis”, “neoliberales”, “conservadores” por un lado, y de “chairos”, “pejechairos”, “mascotas” por el otro.
Pero si eso no fuera suficiente, la radicalización y la aplicación de la violencia verbal paso a la violencia física entre los miembros de uno de los bandos (por ahora), cuando hubo de elegir a representantes de una especie de consejeros o asambleístas de su propia organización política -movimiento le llaman ellos-.
Así que hubo golpes, jaladas de pelo, patadas, peleas entre féminas, quema de votos, robo de urnas, sillazos, entre otras prácticas pandilleriles, como el llegar a votar en tropel, en bola y con portazos. No sabemos si así se llevan entre ellos, o es una advertencia de que así defenderán sus votos en las próximas votaciones a nivel federal en el 2024.
Total, que hemos llegado a tales condiciones de bajeza política debido al supuesto castigo que la población le propinó al PRI de Peña Nieto, pero tal parece que escupimos para arriba. Cansados de la corrupción descarada obtuvimos la corrupción agandallada. Todo bajo el dulce embrujo del populismo de quien se ha encargado de encantar a las masas. Un populismo que tiene un tufo de socialismo, y un comunismo edulcorado.
Dice Russell que la teoría de Marx es mala, pero la aplicación de sus idearios a través de sus seguidores es peor. Por ejemplo, en la Rusia comunista se esperaba una transición revolucionaria, para que el proletariado, al obtener la victoria, pudiera privar a sus enemigos del poder político. Y así fue, solamente que el proletariado era conducido por un reducido comité, y ese reducido comité era conducido por un solo hombre. Para ello se destruyeron las instituciones anteriores.
Russell señala: “siempre he estado en desacuerdo con Marx, (…) pero mis objeciones al comunismo moderno son mas profundas que mis objeciones a Marx. Lo que considero particularmente desastroso es el abandono de la democracia. Una minoría que basa su poder sobre la actuación de la policía secreta no tiene más remedio que ser cruel, opresiva y oscurantista.” Dice más adelante el filósofo: “el comunismo es una teoría que se alimenta de la pobreza, del odio y los conflictos.”
Los populistas utilizan lo selecto de tales perversidades del comunismo, y torciendo la teoría de Marx. En este sentido destaco un par de líneas de Russell que me parecen apabullantes, plantea: “sus errores teóricos no hubieran tenido, sin embargo, tanta importancia, sino hubiera sido porque, como Tertuliano y Carlyle, su principal deseo era el de ver el castigo de sus enemigos, sin tener en cuenta lo que sucediera, en la coyuntura, a sus amigos.”
Quizá nuestro ADN tolte-olme-chichimeca de partirnos la maceta entre nosotros mismos, método que refinamos en todo el periodo de la revolución, lo mantenemos vivo y muy activo. El fin, tal parece, es socavar lo poco que tenemos, gastar lo que juntamos, y malgastar lo que nos queda, bajo la mirada complaciente de quienes pudieran tener la oportunidad de detener esta maldición teologíca-olmeca. El populismo lo hicieron popular entre la gente, y eso ha sido lo mas perverso. El pueblo ahora cree (en realidad no lo cree en el fondo, pero actúa ante los demás como si lo creyera) que tiene el poder, y no es más que un perro que se muerde la cola.
Mi crítica y aversión al populismo la hago con esta mirada ruseliana, de tratar de detener la destrucción de nuestra precaria vida social antes que se convierta en epidemia. Simplemente porque no quiero el abandono de la democracia no soy populista. Porque no quiero que la sociedad se caiga en pedazos, por eso no soy populista. Porque nos debemos al consenso y a los acuerdos entre la comunidad y no en los mandatos caprichosos de un caudillo enardecido y facineroso, por eso no soy populista.
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