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Manuel Basaldúa Hernández

 

La petición de algunos sectores de la sociedad de suspender el uso de cohetes así como de la pirotécnica en las festividades populares y religiosas se ha hecho más insistente. No solo  en Querétaro, sino en diferentes ciudades metropolitanas de la parte central de México.

 

¿Cuáles son las causas de esta petición? ¿Qué viabilidad existe para su prohibición? ¿Puede un estado laico influir en tradiciones, costumbre y creencias de su parte religiosa?

Veamos el contexto en donde ocurre este fenómeno y las airadas protestas y peticiones de suspender tales prácticas.

 

En la parte de la meseta central de la República dónde las ciudades medias han crecido, y los pueblos aledaños se han convertido en parte de sus zonas metropolitanas se deja sentir tal petición. Es decir, donde la urbanización se ha densificado, se ha profundizado y sus formas de convivencia han empezado a cambiar respecto a las prácticas de sus padres. Estos cambios se notan en una población compuesta por nuevas generaciones que tienen como característica un materialismo palpable o un escepticismo religioso, poca tolerancia, participan en redes sociales, son susceptibles a la denuncia pública, habitan en centros aglomerados y en su mayoría son dueños de mascotas, preferentemente de pequeñas especies como perros y gatos.

 

Pero sucede que en la parte central del país es donde hay una religiosidad particular dada su historia regional. Una zona donde las creencias cósmicas en su forma originaria, y un catolicismo acentuado ha permeado durante muchas generaciones. Si nos atenemos a la historia nacional, mito o realidad, conocemos al Padre Hidalgo arengando a las masas con  la Virgen de Guadalupe estampada en su estandarte. Los principales centros poblacionales con una riqueza peculiar, donde la minería fue el motor de la economía dió lugar a una religiosidad muy fuerte. Garitas, Capillas, Parroquias, Iglesias y Catedrales son edificios que atestiguan la importancia de la religión en nuestra cultura. La guerra cristera fue también un movimiento político-religioso que ha dejado huellas imborrables en nuestra historia, junto con aquellos sinarquistas que dominaron la zona durante mucho tiempo. Las células de organización religiosa están basadas en un entramado sociocultural fuerte y que se encuentra en las mayordomías o cofradías.

 

En siglos anteriores y durante el Siglo XX, las mayordomías hacían su llamado a la congregación de los fieles, así como a mostrar su nivel de riqueza como especie de ofrenda a los santos, vírgenes y deidades mediante el uso de la pirotecnia. Debido a la distancia entre las casas y las poblaciones los cohetes eran el medio adecuado para esos llamados. En sus peregrinaciones para indicar su paso hacían tronar los cohetes al cielo y la demás gente sabía la ubicación del recorrido. En las fiestas patronales así se demostraba parte del jubilo y actividad festiva al patrono.  A cielo abierto y con amplias extensiones de terreno los cohetes no causaban ningún daño, y su estruendo apenas se percibía en el campo. Esto se fue haciendo una tradición y se arraigó de la misma manera que la forma de organizarse mediante las mayordomías. Esta forma de llevar a cabo dichas actividades se enraizó y arraigo en las mayordomías que ahora aparecían en los barrios de las ciudades con rasgos rurales. Es decir, en todo el centro del país, principalmente en El Bajío y los altos de la meseta central. La fe y los milagros

 

Araceli Cuevas en su tesis de 1998 en la UAM-A, “Si no hay fiesta no hay feria”, dice que “la tradición de la pirotecnia se remonta al año de 1752 en el cual se constata la existencia de familias dedicadas a la producción y venta de cohetes como actividad regular para ganarse la vida (pero es hasta) finales del Siglo. XIX cuando empieza a tener importancia económica (para varios poblados). También nos trae la cita de Salles, quien refiere que Pedro de Gante en el Siglo XVI compuso un canto cristiano para combinarlo con la danza de los indígenas y de esa manera mostrar su obediencia a la iglesia. Tales manifestaciones de los ritos fusionan el mundo cristiano y el pagano precolombino.

 

De aquellos años a la fecha estas festividades tienen un peso social, cultural y religioso muy acendrado. Jorge Galindo (@galindo45) en un hilo de tuiter trae a colación una referencia al respecto: “Un día el monarca español Fernando VII le preguntó a un visitante mexicano: ¿Qué piensa usted que están haciendo sus paisanos en estos momentos? Tronando cuetes, Su Majestad. Algunas horas después, el monarca español repitió su pregunta y el mexicano dio la misma respuesta. Así varias veces. Y Carlota lo aprendió esa noche; para los mexicanos toda fiesta o conmemoración, cualquier pretexto, era ocasión para hacer estallar cohetes o petardos ensordecedores por horas, días enteros, años, sin acabar nunca.” Fernando del Paso. Noticias del Imperio.

 

Si para muchos un accidente de pirotécnica es una desgracia, para los creyentes es muestra de un milagro cuando no hay muchos muertos o sobreviven algunos heridos del percance. Los cohetes ahora prevalecen como las propias mayordomías, expresiones rituales que son poco comprendidas para los ciudadanos supra-urbanizados alejados de la fe y de una cohesión social que ya no practican. No dimensionan que como inmigrantes vinieron a invadir lugares donde las practicas se llevan a cabo antes de que construyeran su fraccionamiento o sus edificios departamentales, y que las avenidas o boulevares se hicieron en el camino lleno de garitas o senderos que la Virgen o Santo tenía en su recorrido ceremonial.

 

Los quejosos arguyen que los cohetes contaminan y que lastiman a sus mascotas. Y que hasta son un peligro de salud pública. Pero no consideran que la urbe a invadido estos campos de acción de grandes tradiciones, y hacen un llamado a que se suspendan o incluso se prohíban, y además que intervenga la autoridad civil al respecto. Sin duda, será un tema difícil de abordar para todos los involucrados, pero quitar tales costumbres rituales, se ve muy difícil a corto y mediano plazo.

 

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