Manuel Basaldúa Hernández
El desarrollo de México no ha logrado consolidarse del todo a lo largo de nuestra historia moderna y contemporánea. ¿Por qué esto no ha sido posible si contamos con lo necesario para ello? Amigos latinoamericanos y otros tantos de países desarrollados me han planteado de diversas maneras la misma pregunta que he hecho en esta reflexión. Mis amigos extranjeros me enumeran casi todos esos recursos que poseemos en nuestro país: acceso a tres mares; el pacífico, el Golfo de México y el Caribe. Tenemos selvas, montañas para minas de diversos materiales, el litio que es muy codiciado actualmente; varios ecosistemas, cientos de playas exóticas para el turismo, bellezas naturales, una extensa fauna, y así sucesivamente me enumeran esos recursos que envidian porque en sus países o no los tienen o los tienen muy limitados. Sin contar la vecindad con Estados Unidos y el acceso por el pacifico a los mercados orientales.
Habría que agregar que en recursos humanos y mano de obra no es la excepción a la calidad y cantidad. En diversos países trabajan científicos mexicanos que contribuyen con creces en las empresas y compañías donde han sido contratados. Y de la mano de obra ni se diga, se mantiene esa frase o creencia que hincha de orgullo a muchos; el ingenio del mexicano, que acompaña a la dedicación y calidad de los trabajadores.
Entonces, reiteramos la pregunta ¿Por qué no despegamos en el desarrollo? La respuesta puede requerir algunos elementos históricos, políticos, sociales y desde luego culturales. Pero estos elementos requieren de una conjunción, y esa esta focalizada en la conducción de un ideario, de un programa y de un líder. Aquí esta nuestra gran debilidad.
México es muchos Mexicos. Parece un cliché, o quizá una maldición. Tenemos al México bárbaro, al México bronco, al México Profundo.
El caribe, el norte, la frontera sur, el bajío, la CDMX, Chiapas, el sur, el Estado de México, el noreste, son muchas regiones que no tienen una relación entre sí.
Los mexicanos de aquí y los del “gabacho” que envían millones de dólares en remesas. Los ladinos y las etnias. Somos millones de mestizos y miles de integrantes de los llamados pueblos originarios.
Nos une todo y nada. Los lideres y caudillos que empezaron a forjar la idea de la nación en el Siglo XX, lo hicieron más con la fuerza y la violencia que por la convicción de los habitantes de estas tierras. De la misma forma que los representantes del gobierno cuando se estableció la república, se selló el federalismo en el discurso, pero no en los hechos. En el Siglo XXI hay que sumarle la división entre los “chairos” y “derechairos”. Los “pejezombies” y los de la “oposición”.
No hemos logrado cuajar un gobierno que tenga el suficiente poder y autoridad para lograr el crisol de una patria. O una matria, para acercarnos a las reivindicaciones de las mujeres y contribuir mas a la confusión.
El sociólogo Max Weber planteaba que el poder es la capacidad de influir en el comportamiento de las personas, incluso en contra de su voluntad. En tanto que la autoridad es el derecho públicamente reconocido a ejercer el poder y a respaldarlo con el uso de la fuerza. El que detente el poder, agregaba Weber, debe ser usado firmemente por el detentador de la autoridad para influir en el comportamiento de las personas, de su pueblo.
Tales condiciones de un poder, de una autoridad para una conducción del país en México, no la hemos podido cristalizar. Las causas han sido las constantes traiciones a los líderes, la supresión de los idearios sociales, y la falsa idea de la existencia de un “pueblo” mexicano. Estrafalaria entelequia usada para descalificar a un poder legitimo o de ilusionar a la ciudadanía de un poder absoluto que impermeabiliza las leyes y el derecho.
Octavio Paz señalaba algo de esto cuando se refirió al movimiento del 2 de octubre en 1968. El sistema político mexicano esta en quiebra, decía. El sistema político mexicano es dual porque está bajo el poder de un partido y del presidente. El presidente es mas parecido a un dictador romano, todos los presidentes aquí son dictadores constitucionales. La legalidad es su fuerza, pero nace de una contradicción que la corroe.
La sociedad mexicana, antes que demandar solucionar estas ambivalencias, exigir definiciones por medio de instituciones sólidas, parece solapar la confusión, para llevar a cabo dictaduras locales y evadir el poder de una nación y la autoridad del ente público.
Estas condiciones le dan al traste no solo a la construcción de un liderazgo que conduzca un estado sólido, sino a la formación de una cultura de respeto y equilibrio al medio natural y a su medio social. La polarización y desintegración que hemos mantenido por años dan como resultado un desarrollo inacabado, fallido, que carcome el desarrollo. Quizá no nos hemos dado cuenta que lo que estamos fomentando es la cultura del subdesarrollo. México nunca ha querido a sus dirigentes, tampoco ha querido a sus presidentes. Siempre hemos tenido problemas y traumas con la autoridad. Y entre los grupos populares nos metemos el pie. Y esa visión de fatalidad es parte de ese desarrollo fallido que experimentamos. ¿La cultura podrá ayudar a erigir adecuadamente a las instituciones que requerimos?
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