Por Manuel Basaldúa Hernández
El ideal de toda persona es el crecimiento en todos los ordenes, principalmente en el económico. Aunque la reciente pandemia que acabamos de experimentar y de la cual tenemos rezagos, nos puso en otro escenario extraordinario. Nos hizo voltear a la valoración de la salud como no lo habiamos hecho antes, no obstante que el probelma de la economía iba de la mano.
Querétaro ha explotado en el orden económico con gran crecimiento, y tal como sucedió en California y en los Estados del viejo oeste, la fiebre del oro atrajo a mucho aventureros, otros que son grandes empresarios, y unos mas incautos que piensan que el auge económico se experimenta por igual. Ciertamente los cotos de inmuebles majestuosos, las grandes plazas comerciales, los centros de trabajo de carácter internacional crean un paisaje de bonanza, lujo y buena vida. Pero como es lógico en el tema de la economía, todo tiene un costo. Y ese costo radica en el nivel de vida y la condición urbana que nos toca vivir a todos por igual.
Emparejada a la bonanza la vida urbana en la que se concentra toda la convivencia y producción de quienes habitan este territorio, la pobreza sigue campeando, y aunque los datos estadisticos sean moderados, el nivel socioeconómico indica que tenemos rangos de población que sobreviven con lo mínimo. Pero hay otro factor mas, la condición material de la ciudad hace evidente una pobreza en la inversión pública. Quizá la obra pública que se esta llevando a cabo, como la remodelación de la Avenida 5 de Febrero, y el ajuste de vialidades con la construcción de otros puentes y accesos de vialidad contradigan que hay otro escenario algo pesimista. Pero es notorio el descuido del paisaje urbano; basura amontonada en las esquinas, las calles llenas de basura, baches, fugas de agua, paredes grafiteadas, jardines descuidados, parques con flora seca o semiseca, banquetas destruidas, es decir, mucha de la infraestructura urbana en malas condiciones porque la demanda de servicios rebasa a las autoridades y la competencia de los responsables de la obra pública.
La vandalización de la que es presa la mayoria de los servicios públicos y privados; robo de tapas de coladera, cables de comunicación, de energía eléctrica, monumentos, entre otros perjuicios es seña de que el trabajo informal no alcanza para dar una actividad con ingresos minimos a un sector de la población, y son arrojados a la práctica de actos de rapiña, de despojo en detrimento de los servicios básicos para vivir en la ciudad. Todo esto en un marco de alto congestionamiento vehicular, escases y mal servicio del transporte público y crispación social por una aglomeracion nociva por falta de distribucion espacial adecuada y sana, y sobre todo de cultura ciudadana.
La pobreza de la riqueza cuesta cara porque impacta en la calidad de vida de quienes vienen en busca de un paraiso prometido, y de quienes vivian en una tranquila provincia que devino sorpresivamente en una zona metropolitana apabullante.
Quienes viviamos el Querétaro de mediados del siglo XX teniamos que caminar porque nada estaba lejos, el transporte era un lujo o era innecesario. Las calles empredadas, o adoquinadas, o de terraceria lucían limpias porque los vecinos salian a barrer sus frentes. Además, no se hacia nada de basura inorgánica. Caminabamos a la orilla de los arroyos y los canales con agua limpia, el aire no estaba contaminado. Los niños podíamos salir a jugar a la calle, si es que habia calle, hasta altas horas de la tarde y hasta que el grito de las madres llamaban a meterse. Teniamos muchos amigos presenciales y la convivencia era festiva, sana y saludable. Bebiamos agua de la llave cuando teniamos sed, y en cualquier llave del vecino, nadie decia nada. Incluso habia terrenos con árboles frutales y tomabamos de ellos. Si se puede decir, esa era la riqueza de la pobreza. De la vida sencilla y simple, una vida rural que estaba lejos de ese futuro que prometia mucho y entrega poco y una vida dura.
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