Manuel Bassaldúa Hernández
La vida cotidiana se ha visto trastocada por una serie de fenómenos que escapan de nuestras manos. La pandemia del coronavirus nos llevó al encierro, la guerra entre Ucrania y Rusia, los efectos del cambio climático no solo han encarecido algunos productos, sino que se han vuelto escasos. Lo mismo ocurre con la violencia y la inseguridad que aparecen como amenazas cada vez más cerca y frecuente.
La rutina de varias acciones que teníamos como referentes, ya es difícil de seguir. La incertidumbre aparece como forma recurrente de nuestras acciones.
De repente nos damos cuenta que traemos puesto el cubrebocas todo el tiempo, y que algunas personas en la calle o en lugares cerrados ya no traen cubrebocas. En los establecimientos el frasco de gel antibacterial (nunca entendí porque dispensaban un antibacterial si nos debíamos defender de un virus, no de una bacteria) ya luce más sucio que el pasamanos de un barandal. El termómetro es un instrumento que les es indiferente a quienes deben de probarlo como tamiz.
El pan en las panaderías está envuelto individualmente. La sana distancia ya nadie la obedece ni la guarda. Al entrar a un restaurante o un lugar cerrado, te piden que portes tu cubrebocas, pero a dos pasos de la entrada ya te lo puedes quitar y nadie dentro del establecimiento ya lo porta. Es decir, no hay protocolos sanitarios establecidos. Se ha dejado al criterio de las personas el cuidado de su salud. Las campañas de prevención son cada vez más escasas en los medios de comunicación, y como estrategia de cuidado a la población por parte de las instituciones de salud. Hasta los últimos días de mayo de acuerdo a la información emitida por la UNAM las defunciones acumuladas son ya 324.854 con prueba positiva, pero también encontramos que hay 166.056 casos activos del virus. Y con la sombra de la amenaza de la hepatitis infantil y la remota pero activa viruela del mono, que hasta el momento no hay casos, pero si el amago de estas enfermedades.
Un elemento que podemos agregar, es la serie de servicios públicos poco eficientes, desbordados en muchos casos por la demanda, con ciudadanos presionados por una inflación galopante, así como una percepción de inseguridad pública e inseguridad en las vialidades. Estos aspectos se suman a un proceso de irritación acumulada en cada ciudadano que merma la cortesía, el trato amable, la confianza en la comunidad, y fundamentalmente en la salud mental y física de los pobladores. Con estos niveles de stress, angustia e irritación el índice de morbilidad aumenta entre la gente. Y causa una estridencia social.
Luego entonces, ¿qué de todo esto que estamos experimentando se va a quedar como patrón de comportamiento?, ¿Cuál será lo normal, o que veremos como anormal y que pertenecía a las costumbres anteriores a la pandemia?
Los que estudian la vida cotidiana dicen que esta es un espejo de la historia. Hagnes Heller dice que la vida cotidiana es un conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los hombres particulares que a su vez genera la reproducción social, y por lo tanto, esto causa que se vivan los valores, las creencias y necesidades.
Pues parece que esta forma de reproducción está siendo modificada y cambiando de derrotero. Quizá por algún tiempo más debamos experimentar estos cambios bruscos y repentinos, aunque parezca que los cambios son lentos. Entonces, por ahora nos queda una nueva normalidad, que se percibe como una nueva anormalidad.
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