Manuel Basaldúa Hernández
Un meme podría ser la síntesis de la imagen del urbanismo contemporáneo. Cuando se contraponen dos imágenes de la misma situación y que reflejan al mismo sujeto, actor o situación. Con el patrón del meme en su fatídico y agridulce texto: expectativa / realidad.
La expectativa es la imagen de una casa, una vivienda sola rodeada de césped, cercanos unos árboles frondosos y algunos pájaros volando que cruzan de lado a lado, a mitad del fondo un cielo azul intenso, limpio y esplendoroso con algunas nubes viajeras que hacen juego con lo claro del color de la casa. La realidad es que esa casa, esa vivienda que ya se ha adquirido, se encuentra con una casa al lado y otra casa al otro lado, que está junto con las otras ya conforman una plancha de concreto de cientos o miles de más casas, en donde los postes sostienen decenas de cables enmarañados, donde bolsas negras de basura se encuentran en la banqueta resquebrajada, con un tope de concreto para detener el tráfico salvaje, y para rematar, la calle repleta de autos. Abigarrado paisaje que impide ya contemplar el cielo azul grisáceo que envuelve esa parte de la ciudad.
Los ciudadanos sucumben rápidamente a una estética del urbanismo horrible. Aceptan pasivamente y de manera paulatina un paisaje lleno de basura. De calles con hoyos, coladeras rotas o sin tapa, con bolsas negras entre las banquetas, y dejan que los autos impidan el paso del peatón, haciendo que el coro citadino sea un caos, ordenado para mayor desgracia. Porque así aceptan que los encargados de la administración pública se desentiendan de un compromiso de servicios efectivos, de los que los ciudadanos pagan por un servicio que no les es retribuido. Así la mayoría, porque otros en menor medida viven en la opulencia de miseria, ilustrada por sus viviendas erigidas con pedazos de desechos industriales, de lonas de campañas políticas pasadas, y que mantienen la foto del candidato de cabeza. Otros viven encerrados en cotos, que gozan de restricciones uniformes, creyendo que son exclusivos, pero que en realidad son presas de reglas que asfixian su vecindario lujoso.
Estas burbujas de población aglomerada están unidas por ductos de chapopote, en donde transitan toda clase de vehículos, desde autobuses con lamentables condiciones, como si hubieran atravesado una zona de guerra, hasta miles de autos que simulan un gigantesco insecto cien pies, con miles de ojos y miles de pies de gaucho, que avanza constantemente y ahorca a los ciudadanos cual boa constrictor.
Y así, ese sueño de naturaleza recargada, queda solamente en el imaginario del ciudadano imaginario. Dueño de una serie de elementos desechables, fugaces, efímeros, y que son la metáfora de la vida del hombre/mujer/elle. La belleza se le escapa de las manos a esos pobladores contemporáneos, y producen involuntariamente otro tipo de belleza, que se apoya en una estética propia; en una anti-estética. Es decir, una imagen de sí misma, voluntariosa, porque no alcanza a tener sentimiento de pertenencia propia y que se identifique con su comunidad. Y se conforma, se contenta, con tener una estética del urbanismo con aquellos elementos que señala la vida de una caterva de mendigos. En suma, nunca como antes, de manera multitudinaria, tanta gente se había dedicado a construir una imagen dedicada a cumplir un sueño, pero también atrapada en una imagen estética, que alimenta sueños híbridos de belleza y pesadilla
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