Manuel Basaldúa Hernández
“Éramos pobres y libres” sentencia Roberto Bolaño. ¿Éramos pobres y libres? ¿A que se refiere el escritor chileno cuando expresa esta corta y tajante frase? Si se refiere a la infancia que experimentamos aquellos que fuimos bautizados como Baby boomers, o baby postboomers, habría que explicarlo con más calma y de manera breve. Esta generación de personas que nacimos en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, de 1960 a 1977 (algunos la extienden otros la recortan) vivimos con lo mínimo requerido para transitar una infancia modesta y con elementos suficientes.
Bolaño agrega “el valor, la osadía, la felicidad del que nada tiene que perder o del que tiene mucho que perder, pero al que su generosidad o su locura lo impelen a arriesgarlo todo”. Y más adelante agrega en este mismo artículo llamado “Rumbo al desfiladero” que “la vida sólo merece la pena ser vivida en la adolescencia y que la adolescencia, el territorio de la inmadurez, puede prolongarse tan lejos como se prolongue la libertad del individuo”.
¿La niñez y la adolescencia de la generación Z puede atreverse a preguntarse si son pobres y son libres? ¿Más bien, podemos preguntarnos si estos pequeños son pobres y libres? Me atrevo a decir que ni son pobres y ni son libres. Terrible paradoja. Nuestros pequeños ciudadanos por más carencias en que vivan no son pobres. Gozan de la protección de organismos e instituciones que vigilan su desarrollo y su crecimiento, Por más carencias que experimenten cuentan con techo, alimento, tecnología, redes sociales, conectividad, e instituciones que protegen sus derechos. Hasta el más modesto teléfono, pero ahí están a la altura de las conexiones y de la posesión de un aparato. No son pobres, pero tampoco libres. Están en peligro de perder su teléfono, su interconexión, su educación por cuestiones políticas, económicas, de infraestructura, entre muchos otros aspectos, y esa pérdida los puede derrumbar. Esas supuestas ventajas, a la vez los tiene atados, los tiene sujetos al vacío, al sentimiento del abismo.
¿Libres? Las amenazas que se ciernen sobre sus cabezas son muchas. La inseguridad en el exterior por un robo o un rapto, la pandemia que no cesa y los muestra como vectores. Por si no fuera suficiente, ahora hay que vivir en una ciudad densa y extensa le requiere que se traslade en largos viajes de su casa a la escuela, necesariamente en autobús, o en auto. Ya no es posible llegar caminando. Y menos solo en la mayoría de los casos. La escuela, otrora segunda casa, donde el niño o adolescente tenía una segunda casa, también se ha convertido en un riesgo. Nuevamente citaremos la pandemia, el bullyng, el racismo, el acoso sexual, el clasismo o los accidentes. Las relaciones entre compañeros muchas veces han dejado de ser de camaradería, y más bien son relaciones tortuosas en ocasiones, cuando no de indiferencia.
Si el ambiente con los pares es difícil, ya no se diga con los profesores que en momentos hay que padecerlos, o viceversa. Y es que antes, estos últimos eran los segundos padres o madres, y quienes protegían al escolapio, ahora son solamente “facilitadores” del conocimiento, mentores fugaces, y hasta clientes de la educación. El aislamiento físico se incrementa por la falta de motivación de convivir presencialmente, y los aparatos electrónicos y computacionales tienen cadenas de aprisionamiento como forma de liberación de aquellas amenazas.
Pero dejemos este ánimo de pesadumbre. Volvamos a las preguntas. ¿Cómo revertir estos escenarios? ¿Cómo recuperar esos lugares abiertos y la libertad para elegir a donde ir y con quien ir sin temor ni riesgo? Quizá no logremos encontrar respuestas en este momento, pero si debemos seguir haciendo más preguntas. Algún día hallaremos el camino. Entramos a una fase donde los patrones de conducta y los modelos tradicionales de comportamiento se han roto para entrar a una espiral de modificaciones, y hay que esperar el momento en que superemos la serie de crisis a las que hemos estado expuestos.
Deja una respuesta