Neon

Manuel Basaldúa Hernández

 

“la subida es por atrás, al bajarse me paga”, dice cada vez que se detiene con un buen frenón el conductor de la ruta 74 que tiene su base en el mercado de abastos y otra en Santa Rosa Jáuregui. Espejea momentáneamente e intuye que ya todos se subieron y arranca su unidad. Sube el volumen de la música y la cumbia retumba en los cristales del camión. Oscuro, de tonos negros o verde olivo y con luces mortecinas el interior parece una cueva, ayuda para que los que viajan desde lejos puedan dormitar otro rato. A claxonazo limpio se abre camino en su ruta y se alista para la siguiente parada. Estas breves estaciones las ha fijado de manera intangible y por costumbre la gente. Puntos de reunión que recaba a los trabajadores por su cercanía a sus trabajos y otros puntos de traslado.

Al final, con la honestidad que les caracteriza dicen donde se subieron y entregan la cantidad correspondiente. Nadie se pasa de listo para engañar al conductor. Están a gusto con el servicio. Agradecen y hasta bendiciones mandan al chofer mientras saltan al piso.

 

Silenciosos, se van acomodando en los pasillos, unos se acomodan en los asientos, mientras otros se agolpan cerca de las puertas listos para su trasbordo en la siguiente “Parada Dubai”. El conductor del Qrobus espejea, oprime su botón para cerrar y abrir las puertas. La rutina se contagia entre el conductor y los pasajeros, la indiferencia también. Es mas evidente aquí su personalísima conducta, pocos charlan con sus acompañantes, los demás se sumergen en la pantalla de sus teléfonos celulares. El traslado ocurre como si todo estuviera programado, el paisaje se disfruta a través de los grandes cristales del autobús. No hay tiempo para mas, se ha llegado al destino. Las tarjetas de pago son motivo de reflexión cada vez que se consulta el saldo. Los pasajeros miran también con indiferencia como el trafico se intensifica y se hace lento, mientras a su paso veloz de su unidad los deja atrás.

 

Un sueter, la mano, o lo que traigan en la mano, sirve para taparse el sol, mientras se esta agolpado con decenas de otras personas en la angosta banqueta. Todos se amontonan, listos para pegar la carrera y ganar lugar, porque sino, se llena el camión y correr el riesgo de otra larga espera. Esa larga espera que contrasta con la veloz trayectoria de la unidad destartalada del transporte. Los destinos escritos con gruesos plumones o pintura para zapato. Los nombres de los destinos y puntos alternos amontonados en el cristal lateral y frontal, emulando al apiñamiento de sus pasajeros que se olvidan de formarse, de ceder el paso, de ser cortes con sus efímeros compañeros de viaje. A subirse primero. Se paga al subir, y se baja como se pueda. Entre mas lleno, mas codiciado el viaje. Su ruta es hacia las colonias mas populosas del norponiente de la ciudad. Se pone mas difícil cuando llueve, o a mediodía con el sol inclemente. Los autobuses pasan como una salvaje serpiente, y cada fragmento se amontona anárquicamente. En esos camiones que, como las aulas de las escuelas construidas por el Capfce, nunca cambian sus modelos grotescos y abigarrados. Los “checadores de tiempo” y los oficiales de vialidad solamente son testigos del desorden y el gentío. El suplicio del viaje es cotidiano.

 

La bolsa del chicharrón va bien resguardada, se acomoda el sombrero quien carga la bolsa, mientras se medio faja la camisa vaquera. Otra jovencita se acomoda a su crio de brazos, mientras jala al otro chamaco mas grandecito y lo acomoda junto a la bolsa de mandado. Aquí los pasajeros tienen más pinta de rurales, que regresan a los rumbos de Saldarriaga, y pueblos más allá de los Héroes rumbo al Paraíso. Los camiones están limpios, pero mas llenos de adornos automotrices. Los choferes traen a sus ayudantes, una especie de azafatos que anuncian a donde van y sus puntos intermedios. Son cobradores también, y acomodan a sus pasajeros. El punto de referencia para su partida es entre el Alameda y el Colegio Alma Muriel, al menos a estos si les toca sombra.

 

El transporte de pasajeros en Querétaro es multicultural, estratificado, atiende a distintas poblaciones y no hay uniformidad en su servicio, rutas ni costo por sus trayectos. Los usuarios del transporte queretano están a merced de sus “ofertadores” del servicio, que quitan y ponen unidades, rutas, baja calidad de sus unidades, lapsos de tiempo, seguridad y riesgos y escenarios folclóricos.

 

La movilidad en la capital queretana arrastra vicios que nadie a podido rectificar y desterrar. El transporte de pasajeros es un escenario político y económico que cada sexenio es objeto de promesas, estudios, diagnósticos y problemas sin resolver. El transporte urbano de pasajeros es victima y presa de los monopolios que poco le importa estar al servicio del usuario, del ciudadano, sino su propia ganancia.

 

En las declaraciones oficiales de los encargados del asunto en el Gobierno, todo marcha bien. Para ellos las mejoras son palpables, la modernización avanza. Son orgullo del servicio frente a otras entidades. Sus acciones son tan firmes y concretas como las declaraciones a los medios.

 

Es a final de cuentas, la constante asignatura pendiente en la moderna metrópoli.

 

 

 

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