¿LISTAS NEGRAS A MÍ? ¡POR DIOS!

EL LLANO EN LLAMAS

Sergio Romero Serrano 281021

No soslayo la gravedad de la petición fascistoide del empresario dueño de Kimberly Clark, que por cierto tiene una planta –como todos sabemos- en San Juan del Río, una de las empresas más contaminantes del municipio –hay varias- y quien pidió la elaboración -a partir de ahora- de listas que contengan los datos que identifiquen a los ciudadanos que hayan o estén apoyando o no combatan al gobierno de la 4T.

Inspirado en el altísimo espíritu del generalísimo Franco, este prócer nacional, paladín de la democracia y las mejores luchas del México contemporáneo, ha desatado una polémica de dimensiones bíblicas que parece no parar y que -si revisamos un poco- no es nada nuevo en el contexto de la represión que se ha ejercido en México. Primero debemos reconocer que las listas negras siempre han existido, incluso las hay en la actualidad, aunque todo mundo las niega. Yo he estado y estoy en varias de ellas. Y no es presunción.

Es historia. Las listas vienen de tiempos ancestrales y con ellas se ha trabajado desde antes de la fundación del PRI y hasta el día de hoy, en todo tipo de instituciones. No solo las de carácter político, como podrían ser los propios partidos y los diferentes niveles gobiernos en el poder.

También están el MURO o el Yunque, la federal de investigaciones, etc. Incluso están aquellas que por su naturaleza deberían o deben alentar la tolerancia, el respeto a los derechos humanos, la libertad a la libre manifestación de las ideas y al activismo político.

Sospecho que hay listas en el INE, en la CTM, en Derechos Humanos, en la Secretaría de Gobierno y un largo etc. que abarca una diversidad de espacios laborales y educativos impresionante.

Se practicaron y se siguen practicando. Son las que sustentan el ninguneo político; en cierta medida el desempleo selectivo y también el despido injustificado. Y hay datos duros sobre esto. Porque quienes pertenecemos a las generaciones posteriores al 68, supimos de ellas muy tempranamente en las universidades públicas.

El activismo políticamente incorrecto era registrado por “orejas”, “porros”, miembros del “MURO” o del “YUNQUE”, alentados por rectores y las secretarías de gobernación de los estados, el PRI y ahora el PAN, cada uno en su momento. Y había consecuencias de eso. Parte de esto está documentado.

¿No había o hay listas en las universidades públicas del país, de alumnos, profesores y trabajadores, por su orientación política? ¿No hubo y hay persecución por ello? ¿No las hubo o hay en el INE, sobre personas que no podían o no debían aspirar a detentar algún puesto de representación ciudadana, dentro o fuera de esa institución? ¿No practicaron y practican los sindicatos charros de la CTM y la SNTE, entre muchos otros como la CFE, Telmex, IMSS, la negativa de trabajo o el despido injustificado en razón al perfil político del trabajador?

Quienes hemos trabajado toda nuestra vida lo sabemos y nos hemos cuidado de ellas, con éxito o no, dependiendo del grado de compromiso y la congruencia política que hayamos tenido. Hay muchos ejemplos e historias de vida que han documentado esta situación.

De tal manera que el cinismo de X González sobre su balandronada de hacer listas negras, para quienes hemos sabido de sus existencias desde hace muchos años, no nos quita el sueño.

Pero sí nos genera una ligera sonrisa: ¿listas negras a mí? ¡Por dios! Al margen de lo anterior, la convocatoria de X. González significa –creo yo- dos cosas importantes.

Una: que el desánimo que permea a la oposición -que no ha aprendido y creo no va a pender a serlo- es tal ante el fracaso permanente a sus erráticas estrategias, que los ha llevado a –como diría la Chimoltrufia- pretender “acusarnos con nuestras mamás” ahora que regresen a casa, porque el papá Biden y el papá Rey de España, no les han hecho caso. Del Vaticano mejor no hablamos.

Dos: que su amenaza es un reconocimiento muy claro a una práctica que es y ha sido muy recurrente en nuestro país, desde hace muchos años y que todos, absolutamente todos niegan. Pero las practican. Más aquellos que por su naturaleza institucional o personal, deberían ser los garantes de la libertad de expresión y del compromiso democrático establecido en todas las leyes modernas del mundo.

No sobra decir, que, por la aplicación de esas listas, el poder público en el país está infestado de empleados, funcionarios, directivos y secretarios cuyo perfil laboral y su productividad está totalmente alejada de los estándares establecidos. Porque lo que importa es su perfil político, su nivel de compromiso con el grupo que lo puso, su servilismo e incondicionalidad.

De ello ya habló Alejandro Guillén en su columna de esta semana, sobre lo que pasa hoy en Querétaro con el gobierno federal y también –en esta semana- se ven los movimientos en el estado en las universidades tecnológicas. La lista (hablando de listas) de este personal sin perfil laboral, pero sí político y su baja o nula productividad de acuerdo a estándares, normas y protocolos, sería impresionante.

Las redes de complicidad por áreas productivas e institucionales nos darían una radiografía muy precisa de su poder y de su corrupción.

También explicaría las fortunas amasadas alrededor de esto… como la de X. González.

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