Por Florentino Chávez
Quién silba una canción por la banqueta. La tonada y el silbo, como señal de otro más amoroso lenguaje; secreta identidad, íntima voz, fragmento musical, sobre extendido a la ilusión. En el interior, el abuelo recortaba del periódico una colección de letras de distintos tamaños -le ayudan escribir, en desigual pendiente, un anuncio tras el vidrio, en la ventana que da a la calle:
“VarAs
de vIrtUd,
zAhoRí
se localiza
AgUa
y tesoros
entErrados…”
La juvenil tía soltera coloreaba de vergüenza ante sus pretendientes.
Al principio, de ida y vuelta en cabo de guardia, la escoleta. Después, en el poste. Luego, en el tono convenido, pendientes enamorados del silbo.
_ Joven: ¿se puede saber que le trae tan seguido por mi casa? Preguntaba.
_ ¡Señor: la calle es libre…!
Lo difícil vino cuando bastón entre piernas, sentado en el poyo del umbral, se puso él mismo de tranca en la puerta… La tía no tuvo más remedio que saltárselo.
_ ¡Esos novillos. !
Valió la pena, porque como dijo con pito y tambor en su bocaza el Víctor:
_¡Al fin se peinó la novia…!
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