por Florentino Chávez
Un fraile descalzo baja de la Cruz, a dar el santo óleo a la matrona. Pasa entre un corrillo de muchachas del oficio, desfasados lilos, padrotes y suripantas, más habituales fieles:_ ¡La señora se muere…!
Una vez en su recámara, el guardián del convento del árbol de las cruces, ora y anima a la confesión de su vía pecadora. _ Hija, en este difícil trance, y próxima a enfrentar el juicio del Señor, me es imposible de todo punto, absolverte: no si antes, comprometes la clausura de este antro de escándalo y profanación. _ Padre, ésta casa ha sido, desde pequeña, la razón de mi existencia. No puedo ahora renegar de mi oficio.
Tres días insistió el seráfico. Y tres días la matrona, envejecida en achaques de Venus, rehusó dar su brazo a torcer. _ Piénsalo, hija: el pasado está en manos de Dios; tú aún te puedes salvar. La idolatrada matrona, difícilmente respondía: _ Padre, con mi muerte no declinará la fiesta: la función tiene qué continuar.
“Me lo dijo Adela…
Ay viene el negro zumbón…
Panchito el ché.
La múcura está en el cielo mamá no puedo con ella…”
La noche que siguió a su entierro, orquídea despampanante, la sucesora ordenó vino y variedad gratis –la danza de los siete velos, la del ombligo, la del ganso, para todos los cachondos.
“Lindo cafetal…
Mambo, qué rico mambo. Mambo qué rico es. Es es es..
María Cristina me quiere gobernar…”
¡No cabía un alfiler: ni una aguja! Sus primeras palabras a la alborotada asamblea, fueron: _ ¡Muchachos, si no se comportan, no hay pelos…!
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