En este momento en que la violencia de género ha escalado a tal grado de parar la Universidad Autónoma de Querétaro, en estos tiempos en que el estado es el primer lugar en violencia contra la mujer, vamos a recordar una historia que nos contó una mujer que vivió de cerca, muy de cerca el tema tabú de las famosas Poquianchis, de esas mujeres Poquianchis de las que escribió, describió y recreo el grandioso Jorge Ibargüengoitia.
Platiqué con ella en noviembre del 2013, hace 9 años, en ese momento era una mujer que a sus 88 años conservaba la lucidez para contar la historia que tal vez por temor se ha ocultado de la ciudad de Querétaro, es, era, Amalia Estrada, Amalita para los conocidos y también para los desconocidos.
Hija de Don José Inés Estrada y Catalina Furrusca, durante décadas fue, con su hermana Margarita, copropietaria de una de las cantinas más antiguas de Querétaro, El Faro; Amalia Estrada nos brindó una panorámica detallada de la ciudad que pocos conocimos, y muchos no cuentan; nos platicó la historia de la alta sociedad, que conocía y bien, y de la vida cotidiana del Querétaro de mediados del siglo pasado, de esa ciudad que tuvo su zona roja, con sus cabarets frente a las iglesias, y de sus prostíbulos
Católica por convicción no tuvo empacho en reconocer que fue amiga de Delfina, una de las famosas Poquianchis que se estacionaron en la zona de tolerancia que se encontraba en el barrio de La Merced, en pelo Centro Histórico de Querétaro; esas Poquianchis que retrata con pulcritud Jorge Ibargüengoitia en Las Muertas; rememoró el Mil Noches, el famoso cabaret que nunca cerraba sus puertas y que a la misma hora de misa, a las 6 de la mañana, seguía tocando la orquesta.
También nos recuerda que los arrieros le dieron vida y luz a esta ciudad.
Heredera y responsable de conservar una tradición, desde los serenos hasta los semáforos, Amalia Estrada fue una mujer que no espero a que por decreto pudiera tener derechos, como el de trabajar en cosas que eran para hombres, tampoco se peleó con eso del género, ella ejerció la libertad y en su tiempo quien ejercía la plena libertad llevaba consigo muchos estigmas.
Queretana de nacimiento rompió paradigmas al atender una abarrotera que a la vez era cantina, en donde iban puros hombres, nos aclaró que las prostitutas de antes no se distinguían de las damas de la alta sociedad, salvo porque las meretrices llevaban tacón de aguja alto, tobillera y el vestido arriba de la rodilla, por lo demás, eran iguales.
Recordó que las malas cosas que vive Querétaro no es por la gente que nació y es de aquí, es por la gente que llega de otras partes, porque los queretanos están desapareciendo y como muestra están las pagina de sociales donde ya no salen tan frecuentemente los apellidos Ballesteros, Pozo, Cosío, Palacios, Ruiz, hay de vez en cuando sale el Alcocer, y eso, dijo, es muestra palpable del cambio que ha tenido la ciudad.
La vida fue sido buena y justa con ella, y aunque vivía en ese 2013 y quiere a Querétaro, Guadalajara es el lugar que más extraña y añora, ya retirada del oficio donde lo más conveniente es: oír, ver y callar, toma medicina para neurasténicos, solamente para frenar el odio, el genio y los arrebatos, que son malos para la vida y principalmente porque extrañaba la tienda, El Faro y a la ciudad que fue antes Querétaro.
Deja una respuesta