Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
1
“Yo ahora no echo de menos las fuerzas que tenía en mi juventud (que este era el segundo de los vicios que se atribuyen a la vejez), más que apetecía entonces las de un toro o de un elefante. Cada uno se ha de acomodar con lo que le ha concedido la naturaleza, y todo lo que haga que sea a proporción de sus fuerzas” decía Cicerón en su Tratado sobre la vejez. El hombre cerca del crepúsculo de su vida se vuelve frágil y leve. Lo percibe, lo advierte, pero no lo comprende en su justa dimensión hasta que se enfrenta a su concreción.
II
Caminaba una ocasión al interior de una plaza comercial en la orilla de su estacionamiento, cuando el sol se encontraba en el zenit. El calor del mediodía era fuerte, y el asfalto lo multiplicaba. Transitaba por una angosta banqueta, o más bien un fragmento de banqueta, y me encontré de frente a una señora de avanzada edad empujando con cierta dificultad una silla de ruedas vacía. Me bajé de la banqueta para cederle el paso, y adelante me encontré a un hombre mayor que se sostenía de un barandal para poder arrastrar un pie y poder dar un pequeño paso, y así avanzar cuesta arriba. Seguí caminando y al voltear, asocie que la mujer era conocida de ese hombre, dado que ella esperaba al final de la banqueta y miraba a quien a lo lejos -digo lejos, pero en realidad estaban separados por unos 15 metros- caminaba de manera lerda y pesada. Me regresé y le pregunté a la señora que si me permitía ayudarles. Asentó su venía con un movimiento de cabeza, me dijo que era su esposo el dueño de la silla y agradecía el gesto que tuve con ellos. Fui hasta él y lo ayudé a sentarse en su silla no sin cierta dificultad, porque dejaba caer todo su peso y sus movimientos eran algo torpes. Ya instalado en su silla, comencé el recorrido.
III
Al empujar la silla observé que en la parte de atrás colgaba una bolsa de plástico reciclable con una maceta pequeña que contenía una planta de orquídea africana. La florecita que brotaba era de color amarillo, casi del mismo color del suéter de la señora. Debo confesar que debí aplicarme en el esfuerzo realizado para empujar la silla. Entonces me encontré que la banqueta se terminaba. Una banqueta de una altura de 20 centímetros y un fragmento de 20 metros. Tuvimos que bajar al señor de la silla, bajar la silla, y hacer nuevamente las maniobras para subirlo.
Me dijo la señora que habían ido a comprar una planta a Home Depot y ahora iban por su despensa al supermercado. Los llevé hasta la puerta del Super, pero en ese trayecto me topé con una gran coladera que, además de tener grandes espacios entre sus rejas, le faltaban algunas, y al rodearla había unos baches en el pavimento, más adelante había unos topes para los autos que para efectos de la silla de ruedas bloqueaban el paso. Llegamos por fin al efímero destino para mí. Me agradecieron y me retiré de su presencia.
IV
Las calles, las banquetas, los pasos a desnivel, los supuestos accesos para las personas con capacidades diferentes, los cruceros, los accesos, todo lo que tenía frente a mis pasos cobraron otro sentido de movilidad. Si lo sabía, de hecho, uno que aún tiene cierta habilidad motriz invierte cierto esfuerzo para transitar, pero no hay conciencia plena de esos fragmentos urbanos que hacen inviable y miserable el tránsito de las personas mayores o de quienes tienen algún impedimento o debilidad física, o que llevan a su bebé en una carriola, o si tienes una pierna rota y vas enyesado, si llevas muletas por algún padecimiento o deformación, si te faltan extremidades inferiores, o si te duele una rodilla,
Las banquetas de las ciudades, en Querétaro en particular, o en todo México, las banquetas están bloqueadas por árboles, postes, alambres, alcantarillas, registros de teléfonos, baches, mesas de restaurantes, mesas para el café, negocios de comercio informal, concreto roto, todo aquello que signifique hacerlas intransitables. Están impedidas para servir a los viejos, o a todo aquel que tenga una capacidad diferente.
Doris de Jesús Rendón, en su tesis de licenciatura de sociología, titulada “Usos y conflictos de las banquetas de la colonia Hipódromo, Distrito Federal, del 2013 por la UAM-I, cita a Pietro Barcelona para retomar de el que “El espacio público no es simplemente un lugar de encuentro, armonía y socialización, sino también se define al espacio público desde las manifestaciones de sus conflictos”, y agrega que, “el espacio público es también donde la sociedad desigual y contradictoria puede expresar sus conflictos.”
Dice Doris de Jesús que en el urbanismo moderno se descalifica al espacio público, donde hay confusion de las funciones de la infraestructura, y una puesta en servicio fuera de lugar respecto a las demandas de los ciudadanos. Bueno, eso lo parafraseo yo.
IV
En la vejez y en la falta de capacidades físicas cómo dice Cicerón, y de la fuerza para hacer uso de nuestra vialidad como hombres modernos en este urbanismo deshumanizado y des ciudadano, encontramos la omisión en sus propósitos de los planeadores de la ciudad, de los alcaldes y sus compinches los regidores, que se olvidan de los viejos, y de quienes requieren de vialidades amigables y adecuadas. Hacen política, no hacen funcionalidades positivas para la ciudad.
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