LA BARBARIE FUTBULERA

 

Sergio Romero Serrano 100322

 

Sobre los lamentables acontecimientos del fin de semana pasado en el estadio Corregidora, se ha dicho mucho y no pretendo redundar aquí sobre los múltiples y diversos señalamientos. Hay mucho de verdad –desafortunadamente- en casi todo lo afirmado.

Sin embargo, en la impresionante violencia ejercida en los hechos señalados, la mayoría de los opinólogos, pretenden reducirla solo la falta de seguridad en el inmueble. Es decir, a la ausencia de elementos y estrategias de contención para evitarla o acotarla, minimizando con ello el aspecto esencial de cómo hemos llegado hasta aquí, en una actividad deportiva que tiene en sí una carga absolutamente lúdica?

Deberíamos de pensar que alrededor de una creación tan simple como la pelota, se han desarrollado juegos cuyos propósitos eran –hasta hace relativamente poco tiempo- solo divertirse. Desde los griegos, pasando por casi todas las culturas -incluidas las mesoamericanas- una esfera que tiene la cualidad de rebotar, ha creado el esparcimiento y la felicidad -por siglos- de los seres humanos que se esfuerzan por controlar sus rebotes: básquetbol, futbol, volibol y béisbol, con todas sus variantes: squash, tenis, frontenis, golf, pelota vasca, etc. etc.

Es a partir de la profesionalización del deporte y con ello, su mercantilización, como se crea un nicho económico que mueve hoy, 260 mil de millones de dólares al año, creando así una industria mundial que genera una cantidad impresionante de empleos y donde su esencia original, ha pasado a un segundo o tercer término: ya no se trata de divertirse, sino de consumir.

Decía mi abuela que en donde está el dinero, está el diablo, y tenía razón. Alrededor del dinero se mueven los intereses más oscuros y turbios, generalmente. Cuando se comprendió que la actividad deportiva producía dinero y era consecuentemente un afortunado negocio, se trabajó incansablemente por hacerlo magnífica e impresionantemente redituable.

Aparecieron los contratos, las exclusividades, los torneos, las liguillas, las transmisiones radiales y televisivas, y todo tipo de productos con los emblemas del equipo favorito. En medio de esta mercadotecnia en la que han convergido todo tipo de intereses, legales e ilegales, el fenómeno deportivo ha despertado muy recientemente el interés de la filosofía, ya de por sí inherente en la misma actividad: la ejercitación que genera salud y placer, habilidad, competencia sana, inteligencia para generar estrategias y vencer, disciplina para lograr metas y objetivos, etc.

Ahora, más que nunca -y los hechos del estadio Corregidora lo evidencian crudamente- necesitamos impulsar una ética del deporte que derive en programas educativos, reglamentos de práctica y promoción, que establezcan políticas públicas de contrapeso y reorientación a los fines originarios con lo que nació el deporte. Sobre ello, es particularmente notaria la actividad que los medios de comunicación han impulsado erróneamente de promoción al futbol -durante años- resaltando de manera patética la confrontación deportiva, como una cuestión de honor, dignidad, masculinidad y supremacía, para posicionar a los equipos como garantes del consumo de todo tipo de productos y servicios, que todos conocemos y hemos padecido en exceso y en abuso.

Las televisoras y las empresas cerveceras, entre otras, alentaron un fanatismo escandaloso, incorporando comentaristas, locutores, comediantes, cantantes y todo tipo de espacios físicos y virtuales, donde las preferencias por los equipos eran exaltadas a lo máximo, en una narrativa que buscaba la confrontación irracional y la anulación del otro. Nada novedoso, pues son esquemas mercadológicos y políticos que se copiaron del extranjero, incluidas las barras o porras que ahora nos dan mucho de qué hablar y que han existido desde hace tiempo en países como Inglaterra, Argentina, Chile, Italia, España y Uruguay.

Incluso el futbol “llanero”, que ha sido muy recurrente en los barrios, comunidades y colonias de nuestro país, se contaminó por este fervor que ha convertido las canchas en cantinas, con las frecuentes confrontaciones entre jugadores, familiares y amigos, que suelen terminar en batallas campales.

El fanatismo fue impulsado desde que indujo al gran negocio que es el deporte profesional en general y particularmente el futbol. Las lecciones que nos deja los hechos ocurrido en el estadio Corregidora, donde una persona es capaz de matar a otra que jamás ha visto en vida, que no le ha quitado nada, que simplemente ha acudido a un estadio a divertirse y que lo asesina a puñetazos y puntapiés por el simple hecho de tener un equipo favorito diferente al suyo, es una demostración de la barbarie y la irracionalidad más miserable con la que hemos concebido al deporte.

Urge corregir esta visión primitiva que ha construido con dinero, para pasar a una ética deportiva fomentada desde la familia, donde saber ganar y saber perder, debe ser un proceso natural de la vida (incluida la política) a la que nos afrontamos cotidianamente con un esquema de aprendizaje.

Esta ética debe estar acompañada en la escuela -que es formativa- principalmente en la básica y asimismo debe estar puntualizada por los medios de comunicación y los comentaristas deportivos, que dejen de exaltar al futbol como si fuera la cuestión divina que incluye la mano de dios para definir un partido y darle la gloria a un jugador o a un equipo. Me consta que hay mucha manipulación y engaño en los torneos de los diferentes niveles, lo que demuestra lo elemental del fanatismo deportivo: hace años trabajé en los talleres de un periódico local, donde dos días antes de la gran final, un equipo pasaba a primera división por primera vez. El partido aún no se realizaba y ya se estaban trabajando las notas periodísticas con las que se anunciaba el triunfo local, hasta con marcador. Cuando interrogué a mi jefe inmediato sobre eso, me dijo: nos adelantamos porque estamos seguros que van a ganar; sonrió al tiempo que me guiñaba un ojo y me preguntaba ¿tú no?

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.