FEMINICIDIO

EL LLANO EN LLAMAS

Sergio Romero Serrano  080922

FEMINICIDIO

Sostengo que hemos creado –desde hace varias décadas- un ambiente social proclive a la violencia y particularmente a la violencia de género, resultando con ello un impresionante incremento de delitos que tienen que ver con el hostigamiento, las lesiones y el homicidio de mujeres, a tal grado que ya pareciera formar parte –ya- de nuestra cultura.

Las estadísticas en la materia así lo demuestran. No es exageración decir que hemos hecho del feminicidio el deporte nacional y es algo escandalosamente perverso y doloroso, que debería avergonzarnos profundamente como nación. Los antecedentes son múltiples y ancestrales.

Recordemos las Muertas de Juárez, en la década de los noventas, que llegaron a sumar la increíble cantidad de setecientas, aunque hay investigadores que discrepan de las cifras a la alza y a la baja. A partir de ahí, el fenómeno se ha extendido a prácticamente todo el país, destacándose a hoy fecha, entidades como el Estado de México y Guanajuato, ambos colindantes con Querétaro.

Hay que reconocer que el feminicidio no es un fenómeno exclusivo de México, sino que ha permeado en toda América Latina, que ha sido tradicionalmente una región de sociedades machistas y autoritarias. Tampoco somos un país que ocupe los primeros lugares en feminicidio, siendo Honduras, República Dominicana y El Salvador, los de mayor incidencia tanto por número de habitantes, como por acontecimientos en particular. En la primera categoría ocupamos el sexto lugar y en la segunda categoría, el segundo lugar, solo superado por Brasil. Esto no justifica ni explica en sí el fenómeno. Solo es un referente para tratar de comprender en un contexto más amplio las circunstancias que lo agrupan.

El tema, sin duda, es cómo contrarrestarlo hasta su total extinción. Es obvio que nadie debe perder la vida y menos por una cuestión de género. Es un hecho criminal que debe ser sancionado para evitar su repetición y es –además- un tema de estado, porque una parte fundamental de los derechos elementales de la persona es que la federación la debe garantizar a través de la carta magna.

Hay penalidades para este crimen en los códigos correspondientes, a pesar de su alto índice de impunidad –lo que abriga la sospecha de que autoridades de los tres niveles de gobierno son omisos o están abiertamente coludidos con los delincuentes (lo que no sería nada extraño)- las sanciones se antojan insuficientes. Sin embargo, y a pesar de las voces que exigen una mayor penalidad para este tipo de delitos, la experiencia en el mundo –en relación a la mayor severidad en las penalidades que puede llegar hasta la pena de muerte- demuestran que son poco efectivas porque no disminuyen sustancialmente los crímenes.

Estados Unidos es un ejemplo de esto, dada la severidad con que tratan la mayoría de los hechos delictivos y, sin embargo, sus índices delictivos son terriblemente altos. Si lo reflexionamos un poco, tal vez sea así, porque la raíz del problema se encuentre en el ámbito de la educación, la familia y los medios de comunicación.

Es decir, las penalidades se pueden incrementar, pero mientras sigamos educando a las nuevas generaciones ponderando la condición de subordinación de la mujer, su valor secundario, desechable, utilitario y placentero, nada será efectivo para disminuir los porcentajes señalados.

En la familia muchos de estos valores contrarios a una relación sana, respetuosa, igualitaria, armónica y justa, son reproducidos por la pareja hacia los hijos y éstas distorsiones son reforzadas por los medios de comunicación, en un bombardeo sistemático a través de películas, series y canciones donde se humilla, acosa, maltrata y denigra a la mujer.

Independientemente que se hace también, en estos medios, una exaltación permanente al consumo de drogas y a la violencia en todas sus variantes y manifestaciones, sin que haya un control del estado en esos contenidos y mucho menos en la familia, en aras de una libertad que carece de límites y consideraciones. Libertad que incluso llega hasta el modelo económico vigente, donde las fuerzas libres del mercado determinan que todo se puede vender, todo se puede comprar, todo tiene un precio y lo importante es ganar dinero; no importa mucho el cómo y el para qué. La razón, la honestidad, la verdad, el uso, el honor, el placer, la vida misma, pueden ser valores relativos sujetos a las leyes del mercado: la demanda, la oferta y el precio,

El valor de uso y el valor de cambio son totalmente cuantificables en pesos y centavos. Así, la violencia se vende y se consume como cualquier bien de uso. Se reproduce y se estimula a través de los medios de comunicación, donde ésta es utilizada para conseguir los fines y propósitos, legítimos o ilegítimos, para tener éxito en la vida, aun cuando haya que pasar por encima de los demás.

En Querétaro empiezan a darse signos de alerta donde se advierte que estamos inclinándonos hacia una violencia de género a la que el estado y sus instituciones no han podido –lamentablemente- dar respuesta.

Los acontecimientos recientes en el centro histórico de la capital de estado, deben motivar una reflexión profunda, sobre lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer, en materia de políticas públicas, para contrarrestar la violencia de género de manera institucional e integral, pero éstas deben partir o estar dirigidas –particularmente- a la familia, donde se gestan y consolidan los principios que sustentan a una sociedad y a un país, libre y democrático.

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