Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
Recientemente visité la ciudad de Tucson en Arizona, EEUU. Y caminé y transité en auto por sus calles. Las reglas para la movilidad son sencillas y básicas. Muestran no solo la aplicación de las leyes de transito a rajatabla, con duras multas y su respectiva presentación ante un juez para sanciones criminales. Muestran la forma de convivencia de los ciudadanos en el espacio y su movilidad en el. Aquí el peatón tiene todas las preferencias y protección de todos. En ese orden le siguen los ciclistas.
La policía no es necesaria que este presente físicamente. Las cámaras de vigilancia se encargan de vigilar el orden. Pero más comúnmente la interrelación entre los ciudadanos son los encargados de mantener el orden. Así que, en un crucero, lugar donde los transeúntes deben utilizar, el automovilista se detiene totalmente. Esperan pacientemente y nadie detrás de ellos se incomoda o toca el claxon. Uno se siente con la mayor seguridad en estos ambientes.
El automovilista tiene obligaciones, pero también derechos muy estrictos. Dependiendo de la vía en que se utilice se debe conducir a las velocidades indicadas. Con esa regla, la velocidad es constante y fluida. El resultado es hacer eficiente el traslado y contaminar menos. En las calles del centro la velocidad permitida son 45 kms por hora, y en las autopistas varia desde 110 hasta 120 kms por hora. Como todos siguen ese patrón de velocidad, la seguridad se amplia y la movilidad es fluida.
Peatón no es el contrario del automovilista, es también una parte de esa estructura de movilidad. El ciclista no es el contrario del automovilista, es también parte de una estructura de movilidad. El automovilista no es el contrario de otro automovilista.
En nuestra cultura latina, la mexicana y en Querétaro en particular, la movilidad se traduce en una constante lucha. El peatón y el ciclista han sido convertidos en enemigos del automovilista, al que deben combatir con frecuencia y con actitudes hostiles. Atravesarse al libre albedrio, y con actitudes retadoras, para poder contrarrestar el poderío ilimitado del automovilista. Parece que en nuestra sociedad se aplica la “ley del mas fuerte”, o “el rival más débil”. No la aplicación de una ley de transito y movilidad, y sobre todo de la civilidad y respeto al semejante. No existe entre nosotros “el paso de cortesía”. En algún tiempo se promovió el uno a uno, pero dejo de promoverse y ha quedado en el olvido.
Hace falta encontrar la convergencia del acuerdo entre la sociedad. Asumir nuestra responsabilidad y poner en práctica hábitos y modales de comportamiento en nuestra actividad de movilidad. No debemos dejarle esa tarea al gobierno local, que ni entiende ni sabe manejar ese tema de la movilidad ciudadana. A medida que la sociedad lo practique y lo imponga se hará ley, no al revés.
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