Por Sergio Romero Serrano
El PAN tiene la obsesión, heredada del PRI y es el punto esencial de su amplia coincidencia y la piedra angular de la alianza que mantienen al menos desde 1994, siendo su artífice más visible Diego Fernández de Ceballos: las privatizaciones.
La propuesta es de lo más simplista; todos los sectores de la economía nacional no deben estar -ni por asomo- en manos del estado, quien a su vez no puede ser rector del desarrollo del país. Eso compete única y exclusivamente a los empresarios y al libre juego de las fuerzas del mercado. Una idea que viene de muy lejos, tal vez desde los albores del propio capitalismo y su ineficiencia está por demás documentada. Para ello solo basta echar una hojeada rápida a la historia universal.
En el caso mexicano nuestro referente más inmediato es el movimiento revolucionario de 1917, como muestra de lo perverso que puede ser las fuerzas libres del mercado, regulando la economía de una nación. Anterior a éste, el movimiento de independencia del 1810. El elemento detonante de ambos fue la inconformidad generalizada por las condiciones económicas impuestas por un capitalismo arropado y bendecido por la religión.
La libre competencia de los mercados debe dar –dicen sus promotores- el justo equilibrio para el precio de los servicios y los productos necesarios para la vida tranquila y equilibrada de los ciudadanos. La mentira y la distorsión están a la vista. Los indicadores macro y micro señalan el fracaso de esa política económica, no solo en México, sino en gran parte del mundo. Incluidas España, Inglaterra y Estados Unidos, al menos en materia energética.
Por ello es de llamar la atención la polémica que se ha desatado en días reciente por la iniciativa de ley enviada por el ejecutivo nacional al congreso. He escuchado muchas barbaridades, que solo el interés perverso y mezquino de los de siempre, alcanzan a explicar su falta de congruencia y de sentido común.
Era de esperarse. A partir de que los empresarios se metieron a políticos y los políticos aprendieron a hacer excelentes negocios al amparo del poder público, las políticas públicas empezaron a inclinar la balanza a los grupos de poder, para consolidar proyectos económicos de las élites de siempre y algunas nuevas.
Es bella la frase del ex presidente del Uruguay, José Mujica, cuando señaló que a los que les gusta la plata se dediquen a ser empresarios, porque la política es para otra cosa, contrastando lo expresado hace muchos años por el fundador de una élite de políticos mexicanos que hasta hoy fecha “sobreviven humildemente” en el Estado de México: Carlos Hank González. “Un político pobre, es un pobre político”. Frase lapidaria y contundente que sirve de línea aspiracional para el “político de éxito”.
Hoy, lo que está en discusión con el proyecto de ley aludido, es si queremos seguir teniendo el control estratégico y de seguridad nacional, de los energéticos que necesitamos para darle viabilidad y tranquilidad al país, o vamos a dejar en manos de los empresarios –particularmente los extranjeros- al libre juego de los mercados que nos determinen principalmente precios, costos y formas de explotación. Los riesgos están a la vista y no los vamos a plantear aquí.
Si esto -como dice el PAN- es alentar los monopolios del estado, desalentar la libre competencia y la regresión –que nada de eso es cierto: es un manipuleo ideológico-mediático insostenible- no le veo problema para que volvamos a eso.
Las respuestas rabiosas y furibundas de los que no quieren ver aprobada la ley referida, también se explica sola: hay muchos políticos del PRI, del PAN y del PRD principalmente, que utilizaron sus puestos políticos para crear empresas y sociedades alrededor de las reformas que privatizaban los energéticos o algunas áreas de éstos y que venían trabajando en ello desde 1994. Les duele mucho que esto se derrumbe, por los años que les costó construirlo y los capitales que están de por medio. Pero principalmente por sus cuates extranjeros.
En estos días se está escribiendo la historia y yo me siento un privilegiado por ser un testigo más.
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