Sergio Romero Serrano 200722
El aniversario de fundación de Santiago de Querétaro –el 491 el próximo 25 de este mes- es un buen pretexto para repensar la ciudad.
Independientemente del programa de festejos dado a conocer por las autoridades locales, con el cual podremos estar o no de acuerdo, sería oportuno reflexionar sobre la evolución de la ciudad y hacia dónde se encamina. Tema que creo quedó fuera de los festejos y que sería en este momento, de lo más oportuno.
Múltiples son los problemas que la ciudad ha afrontado desde la mítica fundación en 1531, después de una supuesta batalla –a mano limpia- entre los oriundos y otros grupos traído de sabedios dónde, encabezados por el tal Conin, quien sucumbió al canto de la sirenas de la conquista española y entendió bien la oportunidad que se le presentaba para someter a los lugareños al poder de la corona española. Todo a cambio de privilegios y canonjías que perduraron en la familia de Fernando de Tapia, por algunas generaciones.
Si bien es cierto que los queretanos somos –en el actual contexto- una especie en extinción, aún quedamos algunos que vemos con preocupación el desarrollo vertiginoso que ha tenido la ciudad den las últimas décadas, con la llegada de foráneos y de inversiones que han permitido este crecimiento impresionante, pero en varios sentidos anárquico. Los problemas derivados de un desarrollo no planificado, han derivado en una vida caótica de la ciudad que amenaza -a mediano y largo plazo- un colapso como los que se están presentando en otras partes de la República.
En materia de seguridad pública, vialidad, empleo y empleo bien remunerado, ecología, crecimiento urbano, y suministro de agua, hay una cantidad importante de aspectos pendientes, no atendidos o pesimamente tratados. Y lo grave es la poca existencia de voces que impulsen la reflexión que se traduzcan en políticas públicas.
Es una lástima que las instituciones de educación superior, pública y privadas por ejemplo, –hasta donde estoy informado- no hayan visto esta oportunidad de reflexionar colectivamente la ciudad y sus espacios, en el contexto de su fundación. Si bien la ciudad nació dentro de ese reacomodamiento poblacional de los grupos originarios, ahora dominados por la corona española y hasta el descubrimiento de las minas de oro y plata que nos ubicó en la ruta del saqueo, el crecimiento de la ciudad y el asentamiento de los españoles, se dio hasta ese momento.
Ahí están las grandes casonas y las majestuosas iglesias construidas en ese auge económico que tuvo su fin con el movimiento de independencia y que se exacerbó con la apuesta de los queretanos al derrotado segundo imperio. La ciudad retomó su crecimiento a partir del proceso de industrialización, hasta la década de los sesentas, con la creación de los parques industriales.
Sin embargo, a partir de la década de los ochentas y apoyado en su ubicación geográfica estratégica, la ciudad ha crecido descomunalmente, a niveles que amenaza engullirse a sí misma, si no se establecen políticas claras, sustentables, viables y oportunas.
La ciudad no puede írsenos entre las manos, porque –entre otras muchas cosas más- es una de las ciudades más bellas del bajío, patrimonio de la humanidad y el lugar donde vivimos, viven nuestros hijos y vivirán nuestros nietos y bisnietos, aunque históricamente hayamos sido fundados por un cacique de Jilotepec que nos traicionó.
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