La gente tradicional, los conservadores, los retardatarios, los que se resisten y oponen a todo avance social, negándonos a los grupos mayoritarios de la población, mejores condiciones de vida, su problema es que padecen una especie de síndrome: no tienen sentido de la historia.
Obnubilados en su egoísmo genético, por su insensibilidad paranoica, se pierden en intereses mezquinos, en el individualismo ramplón y utilitario, que les ofusca toda perspectiva y todo sentido de la razón y la verdad. En el fondo son muy pequeños espiritual e intelectualmente hablando. Dice Sabina que “era tan pobre que no tenía más que dinero”.
Digo lo anterior, porque me impresionó -hace días- la entrada del gobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, a la cámara de diputados, para ser informado de las acusaciones que le imputa la Fiscalía de la Federación y, consecuentemente, la petición de desafuero.
Me impresionó por el acto de valentía que le pretendió imprimir, el político mexicano propietario de una oscurosísima trayectoria que ha llamado la atención de varios países del mundo.
Entre otros, nuestro socio comercial y vecino, los Estados Unidos de Norteamérica, que seguramente tendrá un expediente muy “choncho” sobre su persona y otros muchos más personajes mexicanos de este calado, que supongo serán reclamados por la justicia gringa en su momento.
Acto de valentía que me recordó a Rosario Robles y a los ex gobernadores de Chihuahua, César Duarte y el de Veracruz, Javier Duarte, que abordaron inicialmente su defensa de la misma manera y con los mismos argumentos. Me impresionó también, por la actitud de un personaje que arropó al gobernador tamaulipeco durante toda su estancia en la legislatura: el diputado federal por Guanajuato Juan Carlos Romero Hicks.
Niego todo parentesco. Ambos son miembros del PAN, evidentemente, y eso justifica la solidaridad. Pero la expresión facial, corporal, del diputado federal, era de franca indignación y preocupación por su compañero, como si realmente se tratara de una brutal injusticia cometida, el poner entre dicho la reputación del norteño, cuando su fama pública es ancestral y ampliamente conocida y reconocida.
Llama mi atención el guanajuatense, porque es en esencia un académico y eso lo define –creo yo- como un tipo mínimamente pensante (claro, ser académico tampoco es garantía). Tuvo, entre otros cargos, la rectoría de la Universidad de Guanajuato, fue gobernador y director del Conacyt. Tiene –entre otros estudios- una maestría en psicología.
Sabe de procesos mentales. Sí, entiendo que no es el único académico que llegó a ser rector y que luego brincó a la política. Ignoro si los universitarios guanajuatenses se sientan orgullos de éste personaje, que los ha representado en los cargos más importantes de su estado.
Recordé que en Querétaro hemos tenido algunos ejemplos, incluso emblemáticos, de rectores que “brincaron” a la política, como Mariano Palacios Alcocer, Braulio Guerra Malo (QED) o –recientemente- Raúl Iturralde Olvera. Incluso el actual gobernador fue docente de la UAQ.
Los dos primeros mencionados, son del PRI y el tercero del PAN. También debo mencionar que la patente del procedimiento rectoría-política es priísta, mejorada y perfeccionada por el PAN, como casi todo lo que ha hecho el partido: superar al maestro.
Porque el perfil -insisto- de los académicos es que son la gente pensante del país. Porque si los académicos no son los que piensan mejor, entonces la pregunta es ¿quién, si ellos no saben o no pueden? Si como académico no se está obligado a pensar y, además, te metes a la política sin respuestas y careces de perspectiva histórica, creo que estamos ante un muy serio problema.
Defenderás yerros, causas coyunturales, despropósitos personales, especulativos, arribistas y doctrinarios. Como creo que lo está haciendo el diputado Romero Hicks, cuando aparece arropando a su compañero, cuyas repercusiones sobre su actuar llegan hasta Querétaro.
¿En qué posición queda Romero si dentro algunos meses, el tamaulipeco es sentenciado a prisión por corrupción, como les sucedió a los Duarte, los Villanueva, las Robles y los demás que se acumulen en la semana? ¿Cómo justificará dentro algunos años ésta su participación? ¿Cómo lo registrará la historia que leerán sus nietos o bisnietos en los libros de texto del país? ¿Estará plenamente consciente de que su actuar será calificado por las futuras generaciones? ¿Su apoyo es legítimo, honesto y plenamente razonado? ¿Carlos Salinas estará consciente de cómo está pasando a la historia? ¿También lo estarán Fox, Calderón y Peña Nieto? ¿Y les importará? ¿Los políticos de hoy, sabrán realmente que serán juzgados por la historia y las futuras generaciones o están perdidos en su pragmatismo que llega solo a la punta de la naríz?
Es obvio que a quien ejerce el poder, como una forma de perpetuar los intereses personales y de grupo, para garantizar su subsistencia comodísima, de sus hijos y de futuras sus generaciones, poco o nada les importa el juicio de la historia.
Creo que sienten un profundo desprecio por el juicio terrenal, el juicio divino o cualquier otro juicio que no implique la pérdida de sus privilegios, canonjías y placeres. Por eso, al ver al diputado en cuestión con ese ánimo de fraternal consideración, no pude evitar preguntarme ¿es en serio?
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