Sergio Romero Serrano 09/02/21
El Teatro de la República es un recinto sobrio, comparado con el Teatro de la Paz en San Luis Potosí o el Teatro Juárez en Guanajuato. Pero su importancia histórica es mayor con respecto a los dos mencionados.
Desde muy niño recorrí sus instalaciones por diversos motivos: graduaciones escolares, conferencias, conciertos, paneles, informes oficiales y espectáculos.
Ahí tuve la oportunidad de actuar siendo estudiante de preparatoria, bajo la dirección del Prof. Gonzalo Pacheco y ahí entrevisté para Radio Universidad UAQ a Eraclio Zepeda, hace ya varios años.
Siempre he recorrido sus espacios con mucho respeto, por los acontecimientos que ahí se han ventilado y creo que aún hoy, resuenan las controversias y discusiones de todos los actores que finalmente determinaron el futuro de nuestro país: por un lado, el juicio sumario contra el emperador Maximiliano; un ex presidente de la República, Miguel Miramón; y un ex gobernador queretano, Tomás Mejía, que finalmente fueron fusilados en el Cerro de las Campanas, los dos últimos por traición a la patria. Con ello, se dio la restauración de la República, que no es un asunto menor.
El otro gran acontecimiento que se ventiló en este noble edificio, fue la promulgación de la Constitución de 1917, que dio fin al movimiento revolucionario y que generó el gran acuerdo nacional plasmado en este documento.
Acabamos de celebrar el 104 aniversario de su aprobación, en una ceremonia llena de matices: por primera vez en el acto, está ausente el presidente la República y no hay invitados especiales, ni auditorio abarrotado en la platea y los palcos del reciento.
Tampoco el ejército y los guardias presidenciales, junto a una nube de reporteros y camarógrafos cubriendo la nota. La ceremonia ahora no tuvo el esplendor que solía tener antiguamente.
Para los queretanos, que somos hoy una especie en extinción, pasó casi inadvertido el acontecimiento. Olga Sánchez, ex magistrada de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y actual Secretaria de Gobernación, con la representación del presidente de la República, dio el discurso oficial y mencionó que -en el marco del aniversario- había que resignificar las palabras compromiso, pacto y alianza, implícitos en el documento constitucional.
Nada más oportuno –me parece- el mensaje de la ex magistrada, porque en México seguimos discutiendo el tipo de país que queremos y no nos ponemos de acuerdo. La rivalidad establecida desde la fundación, con el primer imperio encabezado por Agustín de Iturbide, entre liberales y conservadores, aún persiste a hoy fecha.
Pasó por el segundo imperio y la restauración de la República, y parecía que se definía claramente con el constituyente de 1917. Pero no es y no ha sido así. El país sigue entrampado entre progresistas y retardatarios.
Entre quienes deseamos un país más justo y libre, y quienes no lo desean para seguir medrando de la desigualdad y el privilegio. La Constitución del 17 fue un gran pacto que no se cumplió del todo, pero que fue ejemplo en el mundo. Se especula que la confrontación tiene al país dividido. No.
El país nació dividido y ésta nos sigue como una maldición que se pierde en los mismos procesos de la conquista.
La conquista europea en América, la hicimos los americanos, los que estábamos aquí, para los europeos.
En Querétaro tenemos un Conin, un Cerro de las Campanas y un Teatro de la República.
Tres elementos fundacionales de lo que es nuestro país y que determinan nuestra identidad local. Necesitamos resignificar como dice la secretaría de gobernación el pacto: pero con equidad, justicia y libertad para todos los grupos sociales que componen al país, para que deje de ser el de unos cuantos, los de siempre, lo que caen -toda la vida- de pie.
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