El Llano en llamas por Sergio Romero 18/03

Para entender el movimiento feminista actual habría que ir atrás en el tiempo y reconocer que las perversiones sexuales y la violencia de género siempre han existido, pero que hoy en día se ha extendido y arraigado, de una manera brutal y aplastante, en las últimas décadas. Debemos reconocer que en México tenemos un severísimo problema que se nos ha ido de las manos, ante la complacencia de la sociedad en su conjunto y de la incapacidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno.

El problema para corregirlo como demanda el movimiento feminista, es saber en qué momento se disparó y por qué. Porque hace treinta años o cincuenta no padecíamos de este odio exacerbado y generalizado a las mujeres, a pesar de que estábamos en sociedad mucho más autoritarias, verticales y represoras. Pero no teníamos los índices de delincuencia y de impunidad que hoy padecemos. Había patriarcado, pero no feminicidio extendido y brutal.

Ahora vivimos en sociedades más democráticas, menos represoras, más informadas, más comunicadas, con más libertades, más estudiadas y, sin embargo, perdimos la tranquilidad, la seguridad y en muchos aspectos, la justicia, el honor y el estado de derecho.

Yo me atrevo a pesar que toda ésta pérdida tiene que ver con el modelo económico que hemos instalado, a rajatabla, copiando sumisamente e incondicionalmente, patrones y teorías económicas impuestas desde el exterior, en una competencia rabiosa de mercados, donde todo se compra, todo se vende y no hay límites ni resguardos para nadie. Es el “sálvese el que pueda” y “el que tenga más saliva, traga más pinole”. La libertad absoluta de los mercados, “porque éstos son los que generan riqueza” y no debe haber límites para la ley de la oferta y la demanda. No hay principios, ni moral, ni escrúpulos, porque “el éxito” justifica cualquier medio: el soborno, el chantaje, la simulación, la amenaza, la persecución y la muerte.

¿Por dónde le gustaría empezar el análisis, amigo lector? ¿Por la ecología y el medio ambiente? ¿Por la industria alimentaria? ¿Por la industria farmacéutica? ¿Por la industria de la construcción? ¿Por la economía? ¿Por el sistema bancario? ¿Por el trabajo y los derechos laborales? ¿Por los partidos políticos? ¿Por dónde? ¿Por la industria del entretenimiento?

En todo permea el poder del dinero y con ello, en gran medida la corrupción: ganar dinero a cualquier precio, ganar mercados a cualquier precio.
Pero hablemos mejor de la industria del entretenimiento y la sexualidad. Reconozcamos en primer término que la industria del entretenimiento banalizó los contenidos desde hace mucho tiempo, en aspectos como las telenovelas, la música y el cine. Se dejaron de exaltar valores como la solidaridad, la integridad, el compromiso, la generosidad, para volcarse a la burla, el sarcasmo, el individualismo, la discriminación, la manipulación y el utilitarismo, entre otras muchas taras sociales.

Además en su deseo que hacer crecer el mercado del consumo, fueron incorporando a los diferentes estratos sociales que habían sido reservados o poco “atendidos”, por considerarlos no aptos al consumo o poco consumidores. Uno de ellos fue precisamente, el de la niñez y el de los adolescentes.

Los niños dejaron de crecer oyendo a Cri-Cri, para escuchar bandas, grupos musicales que a través de sus letras de canciones exaltaban la relación amorosa, el noviazgo, el ligue y el físico, con coreografías sugerentes de movimientos muy sexualizados, despertando de una manera muy temprana una inquietud prematura y sin control. Cada vez más intenso y más sugerente. Porque se vende y porque hay quien lo compre.

El propósito es consumir discos, conciertos, camisetas, gorras, mochilas, bailables, cortes de pelo, maquillajes, afiches, etc, etc, etc. Cada vez con mayor relajamiento, sin límites ni orientación, hasta llegar al reggetón, el “perreo”, el alcohol y la droga, la exaltación machista de las canciones de banda donde la mujer es un objeto de propiedad, para poseer, someter, utilizar y desechar cuando sea necesario. Todo ante el beneplácito de familias, autoridades y empresarios de medios de comunicación, que han reproducido los esquemas para llenarse los bolsillos.

Hemos ido pasando poco a poco, casi sin darnos cuenta, de lo poco apropiado, de lo incorrecto, de lo vulgar, a lo “cool”, lo “fashion”, la moda, todo promocionado, exaltado, fomentado por los medios de comunicación que buscan incrementar el consumo y las ventas. Las estadísticas nacionales sobre consumo de alcohol entre los jóvenes, por ejemplo, así lo demuestran. El alcoholismo entre las mujeres jóvenes está totalmente disparado.
Tenemos ya varias generaciones educadas por los medios de comunicación que entretienen a los jóvenes desde niños, prácticamente desde que nacen, en gran medida por la incorporación de las mujeres al mercado del trabajo, ante la pauperización de los salarios y el nivel de vida de los trabajadores en general. Hay muchos niños y jóvenes que viven con sus padres o uno de ellos, pero que por razones de economía gozan de poco tiempo de atención. Pasan mucho tiempo solos bajo el cobijo del televisor, aprendiendo formas de lenguaje, vestimentas, actitudes y comportamientos, con contenidos no supervisados por nadie, incluido el estado. Hay padres de familia que tienen dos o tres trabajos para poder completar sus ingresos. Y aun así no son satisfactorios.

El problema no es menor. Creo que hemos transitado de un extremo al otro: del autoritarismo implacable a la libertad absoluta. Indiscutiblemente el estado tiene y debe hacer mucho para revertir esta tendencia. Políticas públicas claras, congruentes y viables. Pero la raíz, discúlpeme lector, está en la familia. Para bien o para mal, la familia forma y es insustituible.

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