EL LLANO EN LLAMAS: OJALÁ ME ESTÉ EQUIVOCANDO

Sergio Romero Serrano
031122

 

No es fácil entender para los que nacimos en el siglo pasado y que ya somos en su mayoría personas de la tercera edad, que los tiempos actuales están signados por las nuevas tecnología –principalmente en materia de comunicación- y que éstas han trastocado todos los principios y todos los códigos, estableciendo nuevos ambientes y paradigmas, difíciles de comprender por nosotros –en parte- por lo vertiginoso de los cambios, no sé si por lo profundo de éstos (tengo mis dudas), pero sí por lo difusos e inestables.

Pongo ejemplos: nunca –en la historia de la humanidad- habíamos producido tantos bienes y servicios a una velocidad impresionante, con tanta calidad y precisión, a costos extraordinariamente bajos (principalmente por la reducción de la mano de obra), pero cuyos precios en los mercados son significativamente altos, dejando a amplios sectores de la población fuera del consumo más elemental. Es decir, los costos del mercado no corresponden a los costos de producción.

Jamás habíamos tenido acceso a la información, tan basta y variada, en cuestión de segundos, desde cualquier parte del mundo y en cualquier momento. Y sin embargo, una inmensa mayoría vive desinformada, aislada, sumergida en su pequeña burbuja, incapaz de conectar con sus semejantes, sin empatía ni compromisos.

Las alteraciones de la conducta se han incrementado entre los jóvenes, producto del estrés, la depresión, la inseguridad, el abandono y la falta de afecto, situaciones que se reflejan en el bajo rendimiento escolar, desde los niveles más básicos hasta el ausentismo laboral, la incapacidad productiva y el suicidio. Todo, a pesar de la aparición de nuevos y más eficaces fármacos para combatir éstas manifestaciones.

La violencia permea una gran parte de la estructura social, particularmente en los países del tercer mundo, sumergiendo en la desesperación y la frustración a la población, alentando el desplazamiento y la migración, que a su vez genera tenciones internacionales, persecución y discriminación, más marginación y muerte.

Es cierto que cada vez sabemos más y que hemos logrado incursionar en los secretos de la vida y la evolución humana, gracias a la revolución tecnológica sin precedentes en nuestra historia como especie. Pero pareciera que de poco nos ha servido, cuando nos damos cuenta que los problemas esenciales de la humanidad no se han resuelto o que incluso han involucionado.

Jamás habíamos producido tanta riqueza y jamás se había concentrado tanto en tan pocas manos, por ejemplo. Recientemente declaró un prominente periodista y analista político mexicano, que el problema de la desigualdad es la envidia. Yo creo que es por la mezquindad. Pero bueno… él debe saber más.

Las brutales riquezas no se amasan con decencia, justicia y equidad. Bastaría revisar la historia de los casos más emblemáticos.

Contar con un empleo seguro, estable y bien remunerado que permita al joven actual, responder a los compromisos económicos y sociales de una familia, es casi el premio mayor de una lotería. Las relaciones laborales están trastocadas con una economía boyante pero rapaz.

En México jamás habíamos tenido –por ejemplo- tanta democracia y jamás había estado tan pervertida. Los mecanismos para neutralizarla o aniquilarla no habían sido tan sofisticados como hoy. Basta revisar los medios de comunicación –incluídos los virtuales- para percibir la extraña danza de la mentira, la difamación, el engaño y la incongruencia. La verdad es un lujo que no se da cualquiera.

Basta ver a los actores y sus narrativas, para percibir cuánto se ha deformado la política en uno de sus objetivos principales: propiciar el bien común. Para todos, en proporción, legitimidad y certeza. Dar cada quién lo que le corresponde. Por derecho y por humanidad.

A pesar que los niveles educativos se han incrementado en el país y que cada vez ingresan más estudiantes a los niveles educativos superiores. La población está hoy más preparada que ayer, pero la consciencia y el compromiso siguen muy distantes y no permean en las políticas públicas que necesitamos.

Debo reconocer que es probable que el escepticismo de mi panorama sea producto de la vejez, pues ya declaré que soy del siglo pasado y que mi generación ha vivido esta transición a las nuevas tecnologías con mucho asombro y con mucho temor.

Dice Carlos Castaneda en su libro Las Enseñanzas de Don Juan, que hay cuatro enemigos a vencer para llegar a ser un hombre de conocimiento: el primero es la ignorancia y el último es la vejez. Por lo menos estoy en el último.

Y si lo anterior fuera aplicable a la humanidad en su conjunto, deseo que estemos venciendo al primer enemigo descrito por Don Juan. Pero si el conocimiento no transforma a los hombres para mejorar su calidad de vida y acabar con los lastres que nos laceran, éstos no estarían cumpliendo su objetivo y el esfuerzo sería en vano.

Ojalá me esté equivocando.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.