EL LLANO EN LLAMAS: NI CENO NI ME VOY…

Sergio Romero Serrano
090622

 

Históricamente, los Estados Unidos han sido un país lleno de contrastes, inconsistencias e incongruencias. Desde su declaración de independencia en 1776 que a la letra dice: “…todos los hombres son creados iguales, que son datados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; que para garantizar éstos derechos, se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos en el consentimiento de los gobernados…” y al mismo tiempo practicaron el esclavismo, la segregación y el etnocidio. De ese tamaño.

La firmaron los propios esclavistas que –posteriormente- justificaron el etnocidio a los indios asentados en América del Norte, legítimos propietarios de las tierras que les arrebataron y los expulsaron a campos de concentración, mientras los exterminaban sistemáticamente.

Los mismos que hasta la década de los sesentas, del siglo pasado seguían discutiendo si reconocían los derechos civiles de los negros y les permitían sentarse en cualquier lugar de un autobús, en un restaurante o usar las letrinas de los blancos; si debían votar o ser postulados; estudiar en una escuela cualquiera o acudir a la universidad.

El país de la democracia y la libertad, que hasta hoy fecha –en pleno siglo XXI- se reserva el derecho de decidir quién es democrático y quién no; quién puede comerciar y con quién; qué presidente puede ser invitado o no a una cumbre de países de la región.

El país de las oportunidades que se alimentó de la migración del mundo entero, preferentemente la blanca y hoy establece categorías donde se decide quién puede aspirar a “el sueño americano” y quién no.

Esta gran nación que ha hecho de la guerra y la venta de armamento, el mejor y más redituable negocio del mundo, donde es legal adquirir cualquier tipo de arma y poderla dirigir a cualquiera, sembrando el terror y la muerte, aunque sea un adolescente o un niño. De ese tamaño.

En este contexto se necesita mucho valor para decirle a una de las más importantes potencias mundiales –bélica y económica- que no, que muchas gracias, que “no ceno y me regreso”; que gracias por la invitación pero que no acostumbro a cenar, por aquello de la indigestión y el reflujo nocturno; que prefiero la cena en casa, con amigos, sin cuidarme las espaldas y la cartera.

Y así recuperar mi dignidad y mi autoestima, para poder decidir sin chantajes ni presiones, el menú del día.

Hay que desprenderse de la cultura peonil que permeó en la política exterior mexicana de las últimas décadas, para comprender que para ser respetado, primero hay que respetarse uno mismo y no querer negociar siempre –lo político y lo económico- con los pantalones abajo.

La decisión del presidente en turno de no acudir a la Cumbre de las Américas si no se invitaba a todos los países de la región, no debilita al país. Al contrario. Manda señales claras de fortalecimiento y claridad, que se seguirán reflejando en el porcentaje de inversión extranjera y que hoy es más versátil: 31 mil 621.2 millones de dólares en 2021. El 44 por ciento ha sido nueva inversión, el 38 por ciento, reinversión; y el 18 por ciento, transferencias entre compañías. En el primer trimestre de este año subió 5.8 por ciento, según datos del INEGI.

El desaire a la política exterior de los Estados Unidos, que preocupa a los políticos y analistas tradicionales, escandaliza a los que considerar como única estrategia, bajar la cabeza e inclinarse vasallezcamente, porque no conciben otra forma de relación con el poder, particularmente extranjero, abonando así a una supuesta supremacía étnica, económica y cultural, que tiene mucho de relativo. De ese tamaño.

Lo cierto es que la política exterior se reposiciona en América Latina y recupera un viejo liderazgo que se había perdido. Las voces de alerta de periodistas y políticos que señalan a México como portavoz, abogado defensor o gestor de dictaduras y gobiernos comunistas, suena más al “petate del muerto” y a sábana de fantasma, que algo tangible y real. De ese tamaño…

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