EL LLANO EN LLAMAS: LOS MILICOS

EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 251121

Siempre he tenido una predisposición a los militares y a su cultura. Desde niño me resistí y me rebelé contra la formación de este tipo que se impartía en las escuelas básicas del país. La formación a la entrada a los salones de clases, los ensayos para las marchas en los desfiles conmemorativos de algunas fechas cívicas, incluso los uniformes escolares tenían a mediados del siglo pasado una fuerte influencia: guerreras, quepis, boinas, chaquetas, charreteras, divisas, corbatines, etc.
Jamás fue mi propósito escolar pertenecer a la banda de guerra y desperdiciar mi tiempo en las interminables marchas para custodiar la bandera, ser abanderado, tocar el tambor o la corneta, hasta obtener la gallardía, la sincronía y la perfección. No, no fueron nunca mi ambición.
Esta influencia de lo militarizado en las escuelas tal vez se explique porque en ese momento recién salíamos del conflicto bélico que representó la Segunda Guerra Mundial y aunque el continente no fue campo de batalla, aún estaba muy fresca en la memoria de los adultos de entonces los estragos y se veía en la disciplina de corte militar como sinónimo de orden, respeto y sobrevivencia. Esto no lo sé de cierto, pero este tufo es probable que nos llegara de ahí.
A partir de la década de los 70´s empezó a abandonarse esta práctica escolar –para fortuna nuestra- al cerrar las heridas del conflicto bélico y también por el desprestigio en el que cayeron los militares en casi toda América Latina.
Entramos a la era de la guerra fría, del rock, el movimiento hippie y la consigna de “amor y paz” y “haz el amor y no la guerra”.
La historia de los militares en América Latina no es para enorgullecernos, por cierto. Han sido -y siguen siendo en muchos países hermanos- fuerzas de control y de represión de sus propios pueblos.
Basta hacer un recuento de los golpes de estado encabezados por militares y las dictaduras que se impusieron a sangre y fuego con el beneplácito y el financiamiento, encubierto o no, de los Estados Unidos, para vergüenza histórica de éstos.
Golpe de estado en Chile (1973), Argentina (1976), Uruguay (1973), Bolivia (1980), Brasil (1964), Nicaragua (1937), Guatemala (1954), El salvador (1979), Haití (1991), Paraguay (2012), Honduras (2009) y Venezuela (1958), que representaron enormes retrocesos para la democracia y la unión Latinoamericana, de la cual aún no nos reponemos. La zona sigue siendo relativamente inestable, políticamente hablando.
México no fue la excepción. Si bien no hubo un golpe de estado como tal, las fuerzas armadas fueron un instrumento de represión del que todavía hay vestigios y consecuencias de éste. Desde antes del 68, ya habían participado en actos de represión contra campesinos, estudiantes, obreros y trabajadores, por intereses y mandato de los grupos del poder político y económico del momento.
El entrenamiento de estos militares que impusieron dictaduras en sus respectivos países, fueron capacitados en gran medida en la Escuela de Las América, fundada en 1946 y ubicada en Panamá, financiada por el gobierno de los Estados Unidos, e incluía técnicas de contrainsurgencia e insurrección, tortura y otras lindezas. Por sus aulas pasaron más de 61 mil soldados latinoamericanos. Todo esto justificado bajo la consigna del combate al comunismo soviético y cubano. De ese tamaño.
Ningún ejército de Latinoamérica es orgullo de la región. No han ganado ninguna guerra importante y no son ejemplo del compromiso social y político con su país. Violentaron todos los marcos legales y masacraron a sus pueblos. Hay que reconocerlo: han estado mayoritariamente al servicio de las oligarquías locales y –consecuentemente- de los intereses extranjeros que los entrenaron, dotaron de equipamiento e infraestructura.
En México –nuevamente- haberlo involucrado en el combate al narcotráfico, sin capacitación y sin un marco legal ideal, representó lo que hasta hoy hemos visto: una guerra cruenta, desproporcionadamente brutal y con un daño al tejido social que llevará décadas reconstruir y sanar. “Daños colaterales” diría el clásico.
Sin embargo, pareciera que en las políticas del actual gobierno está limpiarle la cara al ejército, involucrándolo en tareas de apoyo social a las que habían estado tradicionalmente relegados. Pareciera que se hacen esfuerzos por reorientar la trayectoria de la institución, asignándole actividades de un impacto social directo, que nadie más podría garantizar, dando una mayor seguridad y tranquilidad al ciudadano. El acompañamiento en la campaña de vacunación, la construcción de infraestructura vital para el país, desazolve de ríos y mares, vigilancia de presas, ductos y productores de energéticos y otras muchas actividades similares.
Esto preocupa a algunos malintencionados o miopes que manifiestan una grave militarización del país. No lo veo así. Hay una institución más comprometida y respetuosa del ciudadano, que hasta hoy fecha no ha violentado significativamente los derecho humanos de los ciudadanos y ha respaldado las decisiones del ejecutivo federal. Ojalá siga siendo a así. Yo sí deseo un ejército más cercano y sensible a la gente, que inspire respeto y confianza. Que dejemos de verlos con recelo y miedo.

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