EL LLANO EN LLAMAS: LOS MEJORES HIJOS DE MÉXICO

EL LLANO EN LLAMAS

Sergio Romero Serrano 060521

Oí hablar de la Batalla de Puebla desde que cursaba la primaria -en el siglo pasado por supuesto- y me embelesaba escucharla porque es una historia muy bonita: el pequeño David contra el gigante Goliat y la esperanza de que hay esperanza.

Esto, en un país donde el desaliento permeaba todos los espacios y las manifestaciones de la actividad social estaban llenas de pesimismo, donde se decía que las cosas no podían ser diferentes porque estábamos en México y los mexicanos somos flojos, borrachos y corruptos, la posibilidad de vivir mejor, de hacer las cosas mejor, de tener algo bien habido, de tener derecho a lo justo, a lo necesario o a lo importante -nos decían- que era casi imposible. Nos explicaban que históricamente estábamos determinados por la conquista española y no podíamos ser un país civilizado, o un país rico, o un país estable y democrático, porque siempre habíamos sido unos bárbaros que adorábamos demonios, sacrificábamos a las personas -incluidos niños- y nos los comíamos, hasta que llegaron los europeos.

Lo malo es que parecía que tenían razón: ¿no habíamos intentado crear un imperio en el mismo momento de independizarnos de España y -años más tarde- trajimos a un Habsburgo para que nos gobernara, porque nosotros no podíamos hacerlo? ¿No terminamos fusilándolo en el Cerro de las Campanas -aquí en Querétaro- ante la indignación de muchos queretanos y muchos mexicanos? ¿No es cierto que no podíamos ponernos de acuerdo en qué tipo de país queríamos vivir y parece que hoy seguimos en lo mismo? Y años más tarde, ¿no nos engañaron cuando nos dijeron que nos preparamos para administrar la riqueza, porque México estaba sentado sobre un mar de petróleo? ¿No nos advirtieron que entraríamos al primer mundo, porque firmaríamos un tratado de libre comercio con dos de los países más ricos del planeta?

Y luego ¿no nos vendieron el cuento, de que las reformas energéticas nos proyectarían nuevamente a hablarnos de tú a tú, con las economías emergentes? La realidad es que todo fallaba y nada -o muy poco- se lograba, porque no podíamos dar el gran salto y todo lo echábamos a perder. Parecía que el fatalismo nos determinaba y la percepción de que las cosas podían ser diferentes se convertía en una utopía. Por supuesto que la culpa es nuestra porque nuestra condición de mexicanos así lo determinaba. Así se percibía incluso en el futbol, que es en mucho el deporte nacional.

Los fracasos hasta hoy fecha del seleccionado nacional, se han adjudicado a una especie de trauma en nuestra identidad, donde no podemos ser otra cosa más que perdedores. Entonces, escuchar la historia de la Batalla de Puebla, era una delicia en ese contexto de “mediocridad y fracaso deliberado”, y nos dejaba la sensación de que sí se podían lograr ciertas cosas como país, como nación, como por ejemplo derrotar al ejército más poderoso del mundo, con un puñado de soldados sin entrenamiento, hambrientos, sin armamento, gran parte descalzo y solo con machetes, flechas, piedras, y uno que otro fúsil y cañón.

He escrito en plural, porque recuerdo que era mi sentir en ese momento, pero también era el sentir de muchos niños y jóvenes de mi generación. Años después, esos mismos jóvenes concluimos que nuestras desgracias no eran tanto por nuestra condición de mexicanos –como condición genética- sino por los pésimos gobiernos que hemos tenido a lo largo de la historia.

¿A quién rescataríamos en un recuento objetivo y honesto? Me sobran dedos en mi mano. A pesar de ello, hemos dado las batallas necesarias en los momentos definitorios y mantenido a flote el país. A pesar y en contra de los gobiernos.

A pesar y en contra de las circunstancias adversas. Así están escritas muchas páginas de nuestra historia y así –me parece- se seguirán escribiendo muchas otras más. Por eso, la arenga del general Ignacio Zaragoza, momentos antes de entrar en combate el 5 de mayo de 1862, contra el mejor ejercito del mundo de ese entonces, siempre ha sido para mí, fuente de inspiración: “Estamos frente al mejor ejercito del mundo. Pero nosotros somos los mejores hijos de México”.

Así de simple. Así de contundente. Los retos que podemos enfrentar como personas, como sociedad, como país, podrán ser descomunales, los más grandes del mundo; pero nosotros daremos lo mejor de nosotros mismos, porque somos lo mejor de este país. Así de simple. Así de contundente.

Y podremos dar increíbles sorpresas, como en esa batalla gloriosa del 5 de mayo

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.