Sergio Romero Serrano
280421
Ya lo dije, pero hay que repetir la historia. En el primer gran fraude electoral de 1988, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano fue despojado de la presidencia de la República. Hay suficiente evidencia para creerlo. Ante este embate brutal que significó un parteaguas en la historia del país, la respuesta fue la reagrupación de la izquierda y de sus sectores más progresistas. Al menos en su intención inicial.
Se comprendía –por fin- que para avanzar en la democratización del país, habría que dar una batalla fuerte y larga a través de un nuevo partido, que se nutriera de lo mejor de la avanzada social, al margen de radicalismos y adoctrinamientos estériles y sectarios, y sacudirse compromisos con los partidos que dieron cobijo al FDN. Cárdenas convoca a la creación de un nuevo partido que llevará por nombre Partido de la Revolución Democrática.
En Querétaro muchos consideramos que se abría la oportunidad de participar políticamente de una manera organizada y con objetivos comunes. Acudimos al llamado y cuando vimos a los que estaban al frente de la nueva organización, nos percatamos que no iba a ser así, que, desde su nacimiento, la nueva organización estaba malograda. Los mismos oportunistas de siempre ya estaban colocados y estaban tomando las decisiones importantes, coptando y cerrando los espacios a los considerados no afines o no convenientes.
Esto lo expresé en varias oportunidades en algunos medios y a diversos dirigentes y militantes del PRD, por supuesto que no lo aceptaban. Señalaban que mi apreciación era sesgada y equivocada, producto de la falta de información y mi dogmatismo. Sonará muy pretencioso de mi parte, pero el tiempo me dio la razón. Claro que eso no importa mucho en el pragmatismo político que vivimos hoy.
Al agotarse el proyecto político del PRD, al pervertirse de manera mayúscula, al mercadear su trayectoria y sus espacios, se hace necesaria otra opción que reoriente el objetivo inicial: intentar avanzar nuevamente en la democratización del país. Reagrupar a todas las fuerzas que están demando un cambio simple y elemental, de poner en primer término los intereses básicos de la nación: mejor calidad de vida, seguridad pública, seguridad social, reparto más justo de la riqueza, oportunidades para todos, libre competencia con reglas claras y justas, justicia real y expedita, etc.
Cosas por el estilo, nada del otro mundo, nada exótico y extravagante, nada de dictaduras, aunque sean perfectas o del proletariado.
Entonces nace Morena, ahora con la convocatoria ya no de Cárdenas, sino de López Obrador, que creció de una manera impresionante, a partir del desafuero que Fox y el PRI –muy inteligentemente- intentaron para acabar con el tabasqueño incómodo. Pero curiosamente consiguen el efecto contrario.
Nuevamente algunos pensamos que se abre otra vez la oportunidad de participar políticamente de una manera más organizada, para democratizar al país. Y nuevamente nos llevamos la sorpresa de volver a ver a los oportunistas de siempre, trepándose al tapanco para salir en la foto y pervertirlo todo.
Y ahí están los resultados.
El error fundacional del PRD, lo vuelve a cometer Morena casi tres décadas después, por lo menos en un número importante de estados de República. Particularmente en Querétaro, que sigue siendo muy tradicional y muy conservador.
Los dirigentes estatales del partido, metidos en la óptica de la mercadotecnia, hacen cálculos de oportunidad para tomar los espacios políticos con lo que sea, con el que se deje, con el que ofrezca más, con el que responda a los intereses individuales o de grupo, dejando de lado a la militancia y al elector.
Para darnos cuenta de ello, basta con revisar la trayectoria de cada uno de los protagonistas del enredo que han desatado, en el proceso de selección de los candidatos, para la próxima contienda de junio. Es patético. La incapacidad está a la vista por más que le echen la culpa a la dirigencia nacional, que tiene lo suyo por supuesto, pero que ellos no supieron contrarrestar, imponer o limitar.
Se entiende que Querétaro no significa mucho en el contexto nacional de las elecciones. No define ni orienta ninguna elección presidencial.
Pero ha influido en los procesos políticos más importantes del país. Aquí se han resuelto varias luchas vitales que ha librado la República para poder existir y consolidarse. Tiene un peso específico por ello y no por su número de votantes.
Parece que, para Morena nacional, Querétaro no significa mucho y lo ha dejado en manos de personajes menores y a merced del PAN.
La contienda, por supuesto que la tiene perdida.
Aunque en un contexto más amplio, esta pérdida es para la mayoría de los ciudadanos, que no vemos reflejada -en los diferentes candidatos de los diferentes partidos- una alternativa real de gobierno y de representación.
Parecía que Morena nos daría una alternativa.
Pero hoy, ya es claro que no lo es y no lo será, por un buen tiempo.
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