EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 260522
. Cuando niño, recuerdo a mi abuela que despotricaba contra Juárez porque había confiscado los bienes de la iglesia y la había separado del Estado. Aseguraba que el indio de Gelatao estaba en el mismísimo infierno y yo me imaginaba una escena impactante: Juárez revolcándose del dolor en medio de un fuego espeluznante.
Mi abuela era una de tantos mexicanos que la religión le había inculcado un odio irracional por el periodo juarista que vivió de alguna manera en su niñez. Le aseguraron que el gobierno le quería quitar su religión.
Esas heridas que percibí en su mente las fui reconociendo al leer nuestra historia nacional en esa confrontación entre liberales y conservadores con la que nacimos como nación y que se crispó con las Leyes de Reforma, la Restauración de la República, La Revolución Mexicana, el Movimiento Cristero, el periodo cardenista y “la cuarta transformación”, entre otros movimientos sociales del país, que ponen de manifiesto los dos México que luchan incansablemente por darle un mayor sentido a nuestra identidad.
He insistido en colaboraciones anteriores, que esta dicotomía no es exclusivamente nuestra, sino que permea a toda América Latina y que la “mamamos” de los españoles –quienes a su vez- tienen hoy en día el mismo problema (son esas taras que los padres heredamos a los hijos) y la conquista nos dejó eso: una sociedad confrontada con dos proyectos antagónicos e irreconciliables.
En el caso español, la Guerra Civil abrió heridas que también no terminan de cerrar y que los han llevado a la inestabilidad económica y política que padecen y que definen –asimismo- su relación con nosotros los latinoamericanos. Ya Antonio Machado lo mencionaba en sus poemas: las dos Españas.
La falta de democracia, la imposición al otro de una forma de vida y de ver las cosas –incluso con las armas en la mano- a pesar de que una inmensa mayoría de la sociedad pueda oponerse porque no está de acuerdo, han llevado hoy y siempre a la desesperación, al dolor y a la miseria: ahí están entre múltiples conflictos descritos en la historia universal y las Primera y Segunda Guerras Mundiales, como ejemplo.
La ambición desmedida de unos cuántos que no se reconoce como igual al otro y reclaman privilegios, canonjías y particularidades por ser especiales o extraordinarios. Son los que siempre quieren tener la razón, los que siempre han gobernado, los que deciden y los que nos dicen que siempre estamos equivocados.
En el México reciente, hemos transitado entre luchas intestinas, desde principios del siglo pasado, primero por el respeto al voto, con el movimiento maderista al que se pretendió acabar con los asesinatos de Francisco I. Madero, su hermano Gustavo y el vicepresidente José María Pino Suarez.
Los asesinos fueron parte de los que medraron y se enriquecieron en el gobierno de Porfirio Díaz y con su desproporción antidemocrática –un golpe de estado- lo único que consiguieron fue incendiar al país. Después, al triunfo de la Revolución y con la instalación del PRI en el poder, los de siempre, boicotearon el trabajo del General Cárdenas y trataron de echar atrás los avances obtenidos en materia agraria, educativa, salud, laboral y energética.
Revertieron los avances y sumieron nuevamente al país en el saqueo y la desesperación con viejos y nuevos agravantes: otra vez el respeto al voto y a la voluntad popular; el saqueo disfrazado de legalidad y la desesperación que produce el crimen organizado, que se ha apoderado de amplios territorios de la geografía nacional, sembrando el miedo, la muerte y el dolor.
No es fácil detener tanto y tan profundo deterioro. Llevará décadas desaparecer las estructuras sobre las que se montó la hecatombe y comprometerá amplios recursos para enderezar la nave. Tal ya no lo veamos nosotros, pero seguramente serán nuestros nietos los que podrán gozar de un país mejor: más justo y democrático. Empeñémonos en ello. Por las futuras generaciones. No quiero que mis nietos me recuerden como yo a mi abuela.
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