Sergio Romero Serrano 170921
Acabamos de celebrar un aniversario más de la proclamación de nuestra independencia. En el momento inicial en que la invocamos, no sabíamos muy bien quienes éramos y qué queríamos. El mestizaje y el predominio de clases y castas derivadas de éste, crearon una región diferente, con implicaciones sociales, políticas y culturales, antes no vistas en el orden mundial del momento.
La arenga del padre Hidalgo y las primeras acciones bélicas del movimiento, si las recordamos, son ilustrativas de esto. Las circunstancias nos obligaron a definirnos posteriormente y a radicalizarnos.
Pero creo que no sabíamos con cierta precisión, qué tipo de país deseábamos construir y tampoco qué nos identificaba. Muchos escritores han abordado esta problemática de la identidad mexicana con mucha fineza, desde hace ya tiempo.
Dejaré a ellos esas respuestas para centrarme aquí solo en lo segundo señalado en el párrafo anterior, porque me parece que es un asunto nodal que a hoy fecha no lo hemos resulto del todo. Prueba de ello me parece es -precisamente- la firma de la famosa Carta de Madrid por el sector más retrógrado del panismo nacional, en días pasados.
Habría que contextualizar un poco: desde nuestro nacimiento como país, la gran discusión nacional era si queríamos una monarquía o una república. Los conservadores, como históricamente lo han hecho siempre, boicotearon las formas democráticas para preservar sus privilegios y sus canonjías. Clero, militares y “nobles” unieron esfuerzos para nombrar un monarca. El intento no cuajó y la idea de la República persistió hasta que Juárez impuso la separación de iglesia-estado y la restauró tras el intento de desaparecerla con apoyo extranjero, por parte de los conservadores.
Y los queretanos sabemos muy bien cómo terminó eso. Más tarde, con el movimiento revolucionario de 1910, volvimos a confrontarnos y aunque se restituyeron derechos elementales y se instauraron otros que por primera vez fueron reconocidos, los conservadores nuevamente buscaron detener los avances democráticos.
Durante todo el siglo XX fue un golpeteo persistente y focalizado contra las organizaciones y los movimientos que intentaban elevar el nivel de vida de los ciudadanos y el derecho a decidir el tipo de gobierno que queremos. Aún hoy, en pleno siglo XXI, seguimos tratando de conseguir el voto libre y razonado que nos permita llegar a una democracia real y auténtica. Los mexicanos hemos creado instituciones y leyes que nos puedan garantizar esto, pero los movimientos retardatarios y retrógrados –una y otra vez- han buscado la forma de detenernos y limitarnos. Y esto no es solo en México.
Es la historia de toda América Latina, donde los grupos más oscuros del conservadurismo han desprestigiado y pervertido esos movimientos.
Chile, Argentina, Ecuador, Nicaragua, Guatemala, Bolivia, Brasil y Uruguay, entre otros son prueba de ello. En este contexto se presenta la firma de la ya mencionada carta, que en esencia plantea detener el avance del comunismo en la región y –particularmente- en México.
¡Válgame el Señor!: esta idiotez que acuñaron los gringos y que les sirvió de pretexto para sembrar el terror en todo el continente, cobró miles de vidas durante décadas, con un costo político y económico brutal, de cuyas consecuencias esos países todavía no se reponen. Hacía muchos años que no escuchaba una apología de la estulticia tan miserable, vertida por políticos tan ignorantes y perversos, como la de estos días.
Quise en un primer momento no darle importancia y pensé: “bueno, son los mezquinos de siempre y no pasa nada”. Pero después recordé que así empezaron en la España franquista, en el Chile pinochetista, en la Nicaragua somozista, en la Argentina videlista, con discursitos incendiarios de una minoría poderosa económicamente, que decía defender la democracia, la civilización y la libertad, cuando lo que defendían era su derecho arbitrario a decidir quién vivía y quién moría por su manera de pensar; quien era libre y quien preso, por su manera de vivir; quién podía vivir en paz y quién era sistemáticamente perseguido, acosado y aniquilado, por su forma de ver a los demás: como iguales o como inferiores.
Entonces reparé en el detalle de que esto no es un asunto menor y que los políticos queretanos que firmaron la carta –me parece- están obligados a darnos una explicación amplia a los ciudadanos, a los electores que los mandatamos para defender nuestros intereses y nuestras libertades. Porque si ellos van a decidir qué puedo ser, un comunista o un capitalista, un religioso o un ateo, un empresario o un asalariado, están negando mi derecho elemental a decidir, a optar por lo que mejor me parezca.
La firma de la carta por parte de estos políticos es, evidentemente, un despropósito y un abuso al reservarse como exclusivos derechos que nadie les ha otorgado, apoyados en el ideario de un trasnochado y mediocre españolito pro franquista. ¿Qué? ¿No tienen ideas propias? Pero en el fondo lo que subyace es, precisamente, la idea nodal del país que queremos. Seguimos sin ponemos de acuerdo. Ellos, en su razonamiento peonil, siguen añorando la época medieval y quieren sujetarnos a todos a ello.
Creo que la discusión, hace años está superada y no es comunismo sí o comunismo no. Ahora es democracia real o país bananero.
Por lo demás hoy es ¡Viva México! Espero que en eso sí estemos todos de acuerdo.
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