EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 310322
El regreso presencial a las actividades académicas es un hecho que se está realizando de manera paulatina, escalonada y aparentemente definitiva, en toda la República: era urgente porque la pandemia trastocó todas nuestras actividades, incluida –desde luego- la económica.
No hablemos de los efectos en el proceso educativo desde el punto de vista pedagógico, porque aún no sabemos cuáles son las repercusiones del confinamiento de niños y jóvenes, en las relaciones entre los alumnos, principalmente en educación básica.
En la escuela se aprenden muchas cosas; entre otras, la socialización que contribuye a consolidar el aspecto identitario. La intensidad y la eficiencia de la interacción alumno-maestro y alumno-alumno; alumno-comunidad académica, fue trastocada por el confinamiento a grados aún no determinados. De ello, se tendrá una visión más clara en los próximos meses del ciclo escolar y los subsecuentes. Pero una de la realidades más lastimosas de la falta de actividad escolar en el país, ha sido el impresionante e injustificado abandono a que se condenaron los edificios, que a lo largo de la pandemia fueron miserablemente vandalizados.
El robo a las escuelas, como el robo a las iglesias, habla mucho de la cultura de un pueblo. Una reciente estimación conservadora, señala más de siete mil robos efectuados en año y medio de confinamiento, a las instalaciones de las escuelas del país, donde desaparecieron cableado eléctrico, red hidráulica y sanitaria y equipamiento; daños en puertas, ventanas, jardines y graffiti. Querétaro –por supuesto- no fue la excepción y según el titular de la USEBEQ, el 50 por ciento de las escuelas presentan algún tipo de daño que condiciona el regreso a las clases presenciales. Los recursos, por supuesto -67 millones de pesos- destinados para revertir los desperfectos, son insuficientes para atender la extensión y la intensidad de lo destruido.
Sin embargo, es inevitable cuestionar en más de un sentido, el abandono a que fueron condenados los edificios escolares por parte de directivos, personal administrativo y padres de familia, si entendemos con exactitud el objetivo del confinamiento: evitar aglomeraciones y romper sustancialmente la cadena de contagios, en todas las áreas de la producción y las actividades consideradas no esenciales.
En el caso de la educación, que sí es prioritaria y en todos los niveles, se implementaron las clases virtuales donde había las posibilidades técnicas, para continuar con el ciclo escolar hasta que la pandemia desapareciera o fuera manejable y después de la vacunación: primero el personal médico-hospitalario, luego las personas de la tercera edad y los docentes, fueron de primera prioridad.
Aquí es oportuno reconocer, que ante el paro de actividades en las aulas, la responsabilidad de los edificios escolares debió recaer en los directores de las escuelas, el personal administrativo, sociedades de padres de familia y supervisores de zona, todos coordinados por la USEBEQ. Dije debió, porque al parecer no sucedieron las cosas así.
Consecuentemente hay preguntas obligadas: ¿Qué fue lo que se hizo durante todo el periodo de confinamiento respecto a la preservación y mantenimiento de los edificios escolares? ¿Simplemente los cerraron y ya? ¿No comprendieron que ante la ausencia del personal en las instalaciones alentaría el deterioro y la vandalización de los edificios? ¿No pensaron en algún momento la creación de comisiones o comités de vigilancia y supervisión, a los que creo estaban obligados? ¿USEBEQ y SEP instrumentaron algún tipo de programa para contener de algún modo lo que hoy estamos lamentando? La respuesta evidentemente es, no.
Los comentarios generalizados de alumnos y padres de familia es que toda la actividad académica y administrativa se paralizó. ¡Claro! Había una pandemia. Pero había que trabajar desde casa para evitar las concentraciones y continuar de manera aislada o a puerta cerrada con lo más elemental: preservación y supervisión.
Los docentes enviaron temarios a sus alumnos y todos aprobaron aún sin ningún tipo de evaluación, bajo la consigna institucional de que nadie podría reprobar. Solo unos pocos maestros estuvieron apoyando a sus alumnos a través de exposiciones y tutorías por internet y evaluaron con elementos mínimos para documentar sus calificaciones. En lo administrativo el abandono fue mayor.
No había muchas posibilidades de establecer algún tipo de comunicación con los directivos de las escuelas, para cualquier tipo de papeleo, duda u orientación: intendentes, secretarias, prefecturas, directores e inspectores de zona, junto con toda la burocracia de USEBEQ, brillaron por su ausencia.
Testimonio de ello es las condiciones en que se encuentra hoy una parte importante de los inmuebles. Me parece que en este sentido hay responsabilidades que se deben señalar y que deben sentar un precedente importante, porque el daño causado es para todos los contribuyentes.
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