Deuda sin pecado concebida: Carlos Ricalde

Cuando el cura llegue

de mi cama al borde

Y por rutina diga:

Hijo, ¿qué pecado has cometido?

Yo diré: ¡ninguno!

Acaso Padre el haber nacido.

 

¡No blasfemes! -dirá el cura-

Más parece de hombre cobarde,

Que de un ser valiente

A la hora de su muerte,

La insolencia que has vertido.

 

¡Escucha bien! -el seglar a voz alzada-

Denotar blasfemia contra la vida,

Con alarde no reconocer las faltas

Cometidas, ya veniales ya mortales,

Es pecado de soberbia o ignorancia.

Hijo -diría el confesor afligido- a la tumba

No te lleves ¡espinas de arrogancia!

 

El párroco hundirá sus ojos

En el fondo de los míos, reclamando:

Me haces, demonio, perder los votos,

Afuera hiela y hace mucho frío,

Escucha serio ¡por Dios! y arrepiéntete:

¿Acaso varón no eres, de fe creyente?

 

Juzgue bendecido Padre, usted mismo:

Mi maltrecha senda desde párvulo,

Ha sido acuñada por el catecismo,

Más si algo con honor decir puedo

¡Es que de nada estoy arrepentido!

 

Y digo: en esta hora de dolor caída,

Ya sin fuerza, sin luz, sin salida,

Con evadir la extrema confesión,

Hermano, nada gano, nada pierdo;

Pero sí dejar constancia ruego,

Sin verter reclamo, sin proferir exigencia,

De algo amargo que rumiando vengo:

En mis cuentas, al andar el mundo,

Entre lo bueno y lo malo, si deuda tengo,

Clamo, que sin pecado, ha sido concebida

Y,  por verdad que la muerte atestigua,

Indulgencia y justicia debo ir recibiendo,

Pues la vida, Padre, ¡me sale debiendo!

 

 

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