Luz Neón
Del mito a la realidad: Aquí puro México.
Manuel Basaldúa Hernández
Juan adornó su camioneta como cada año en el mes de septiembre. Se sentía orgulloso de gastar lo que fuera en los adornos tricolores. Era de los primeros en comprar a los vendedores que aparecen en las vísperas del mes patrio arrastrando su carrito repleto de listones, bigotes, gises, sombreros, rebozos, espejos, moños, corbatines, playeras con estampado de traje charro, tambores, entre muchas cosas más, y desde luego, de banderas de distintos tamaños y estampados. Esos vendedores que arrastran sus carritos repletos no de objetos mercantiles artesanales sino de símbolos que remueven el alma del “México lindo y querido” y que son con sus adornos un adorno ya de por si en la estampa de la ciudad.
Juan compraba la bandera más grande. Siempre batallaba con ella al ponerla porque el viento lo empujaba, hasta que la fijaba bien con unos alambres bien gruesos en la caja de su camioneta. En la colonia no había otra persona más llena de orgullo que Juan respecto al amor a la patria. Juan era también otro símbolo más a su vez. Su juventud y su ímpetu sobresalía mucho más porque su gallarda figura con un tórax amplio que hacía que se estirará al máximo su playera y mostrara su pecho de lavadero, su pantalón ceñido a su cintura y ajustado a sus piernas daba la impresión que era la imagen viviente de la estampita de “el valiente” de la lotería.
A Juan lo estiman mucho en su casa y en su vecindario, porque cada ocho días, al recibir su pago de su trabajo se lleva a sus hijos, a los sobrinos y uno que otro chamaco que se les pega a la bola a comprar pizzas de “Little Caesar”, y de paso también les compra su coquita de vidrio para todos. Se lucen con su algarabía en su “troca Ford chocolata” que se trajo del gabacho, y que por ya desde hace años trae la placa de cartón de la UCD (o sea, la Unión Campesina Democrática” que regulariza esos autos). Ya se la tiene apalabrada como herencia a su hijo Brayan, el hermano chiquito del Kevin, que salieron igual de bonitos que su mamá la Yoselin. Esa chava bien bonita que conoció cuando le llevó a vender sus productos de Mary Kay a la mamá de Juan.
Juan es el orgullo de su familia y de su mamá, porque fue el primero de la familia que se fue de mojado a trabajar a Estados Unidos, y luego se jaló a sus hermanos, a quienes convenció de que allá está mejor “el jale” y que los salarios están mejor que en este “pinchurriento” país. Los dólares que trae han hecho posible que, en la casa de su mamá, y en la de su familia este repleta de pantallas Samsung, sonido Sony, y muchos aparatos más de hechos en China.
En la casa de Juan se hace la fiesta más grande de la colonia para festejar el grito de independencia. Porque a México lo llevan en la piel, en el corazón. Y ese día todos en su familia deben de andar bien vestidos con su ropa nueva que sacó en
abonos de su comadre que vende productos de Price´s Shoe. Gracias a Juan, la colonia se ilumina no solo de fiesta, ni de color, sino del verdadero espíritu nacional. En septiembre todos festejan en familia, como muéganos, aunque después que regrese Juan al norte, todos se sientan solos cada uno por su lado, esperando nuevamente a que regrese Juan.
Nota a pie de página: El nombre de Juan puede ser sustituido por cualquier nombre. Pero también su status social y su oficio o profesión. En el extremo hay quienes se iban o van a Las Vegas, otros a algún país extranjero, y la esposa se dedique a otros rubros económicos. Los mexicanos festejamos a la patria con el nacionalismo como lo hacemos con nuestra mascara, con nuestro laberinto de la soledad, como señalaba Octavio Paz.
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