EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano
131022
El conflicto en la UAQ, ante el paro de las actividades académicas por parte de la población estudiantil, desde hace varios días, es desde luego, coyuntural. Se circunscribe en un hartazgo a la violencia de género que ha permeado al país desde hace décadas y cuya manifestación más dramática es el feminicidio que ha disparado las estadísticas nacionales sin precedentes. También lo es, porque los grupos internos, al parecer, miden fuerzas por el posicionamiento ante la sucesión rectoral.
Sin embargo, hay que insistir que esta violencia es una espiral mayor que tiene que ver con otras tareas sustantivas de la institución como es lo académico, lo administrativo y lo laboral, y que no es exclusiva de la UAQ, sino que alcanza y emplaza a otras instituciones similares como lo está demostrando los acontecimientos recientes del Tecnológico de Querétaro, que también ha salido a manifestarse a la calle con demandas muy similares a las que ventilan los universitarios: abusos, hostigamiento, desvío de recursos, prepotencia y corrupción.
La razón de esta inestabilidad, me parece -y ya lo mencionamos en la pasada columna- es que a estas instituciones se les ha tratado desde hace tiempo como botín político, administradas con criterios patrimonialistas y clientelares.
A quién se han opuesto a estos criterios –lo dijimos- se les hostiga y se les persigue. Hay una cantidad importante de datos que pueden corroborar lo aquí afirmado. Uno de ellos, lo señalé con anterioridad, es el número de despidos injustificados que pasaron por las antiguas juntas locales de conciliación y arbitraje, de trabajadores administrativos y académicos, víctimas de la represión y el chantaje. Otro dato importante lo ilustraría una revisión de los perfiles y las trayectorias académicas y profesionales, de quienes ocupan los puestos de mandos medios para arriba, incluidos rectores, que no corresponden y no legitiman el poder ostentado.
Es necesario decirlo: quienes han generado la violencia en las instituciones son los que amparados en la complicidad y la componenda, permitieron los abusos y los excesos que acumularon el hartazgo que hoy estamos viendo. Las comunidades académicas los conocen y los ubican, pero no los denuncian por el temor a las represalias, que no se inician solo en la rectoría, sino se instrumentan en los directores de carreras que suelen también tener mucho poder, tanto, que imponen a los rectores.
Muchos de esos responsables, gozan de “buena reputación” institucional y política, y muchos de ellos han sido premiados con cargos importantes tanto al interior y como al exterior de los espacios educativos. Desde delegados y directores de espacios estatales y federales, hasta consejeros electorales.Los ejemplos sobran.
El ya famoso “caso Medellín”- por mencionar uno solo, citado ahora por los estudiantes inconformes, registrado en su momento por la prensa local y hoy ventilado en la prensa nacional, es un ejemplo –entre muchos más- de un personaje que creció administrativa y políticamente, al cobijo de directores de escuelas y funcionarios de primer nivel, que en su momento lo protegieron, a pesar de la muy amplia y conocida trayectoria de abusos y atropellos que cometió en las diversas actividades institucionales que le asignaron y que datan de años. Como este caso muchos más.
De tal manera que, ante los acontecimientos recientes –insisto- se hace necesario, cada vez más, una reflexión profunda en los espacios superiores, sobre los objetivos de la educación y las estrategias para llegar a éstos, necesariamente retomando la naturaleza para las que fueron creados, apartando los intereses político-partidistas y personales que han pervertido su institucionalidad. Y esto lo deben realizar los propios actores de ellas.
Es una exigencia ya no solo de los estudiantes, sino de la sociedad en su conjunto, porque son de interés público y somos los contribuyentes las que las sostenemos. Ellas pertenecen realmente a las nuevas generaciones y son un elemento fundamental del futuro del país.
Como sean éstas, así será la nación
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