Neon

Luz Neón

Manuel Basaldúa Hernández

Dedicado a Don Manuel Basaldúa Zárate (+)

 

“más triste que un torero al otro lado del telón de acero, así estoy yo, así estoy yo sin ti”, canta Joaquín Sabina en una de sus entrañables canciones.

 

La fiesta taurina sigue llevándose a cabo en algunos lugares importantes del mundo hispano, a pesar de sus criticas, oposiciones y prohibiciones. En México, y Querétaro en particular, las corridas de toros tienen sus fechas emblemáticas, y la Plaza Santa María como la Plaza Juriquilla cobijan aún esos eventos que reúnen a sus fieles seguidores.

 

La corrida de navidad antes era el gran evento, igual que las de enero, que junto con sus novilladas de lujo reunía a lo más granado de la sociedad: pueblo raso se daba cita en la misma plaza. Arriba en Andana el respetable y en los tendidos los demás. La plaza era una sola, la clase popular junto con políticos, artistas, la elite. Conocedores unos y los infaltables villamelones. Sol y sombra era otra de las divisiones que había entre el público pero esta se asumía como natural, no había rencores ni descalificaciones como ahora. La prensa estaba presta para dejar testimonio en sus impresos, en sus imágenes a transmitir, y la radio en narrar los momentos más emocionantes, los fotógrafos en captar los movimientos más artísticos.

 

A mi me gustaba todo ese rito que iniciaba al empezar el bullicio a medida que se iba llenando la plaza, y la algarabía se hacia un solo, previo al silencio instantes antes de que estallaran los acordes de los pasos dobles que interpretaba la banda y diera inicio a la corrida con su “Silverio”, “España Cañi” o “Pepe el trompeta” ya ni se diga cuando sonaba “La virgen de la Macarena”. El juez junto con su ayudante trompeta y otro con su tamborcillo batiente para dar permisos. El abrir de la puerta principal para el paseíllo y dejar salir el cotejo de los matadores con sus trajes de luces y capa de lujo, acompañados con sus cuadrillas y todo el demás personal incluidos los “monosabios”.

 

Expectación aparte era la presencia de las ganaderías y sus ejemplares. Un momento especial lo cobraba el anuncio de los nombres de los toros. Palabras lacónicas con alusiones certeras que señalaban entornos, personajes o situaciones del mundo social o político. Y luego ese tamborileo para que se abriera la puerta de toriles y dejar salir la exclamación de jubilo o reprobación del respetable sobre la estampa y brío del “cornúpeta”.

 

El espectáculo corría a partir de ese momento del torero en turno, los picadores, los banderilleros y la figura convertida en “matador”. Regalo de emociones eran las ocasiones en que el matador ponía las banderillas, y más si las partía a la mitad para hacer grande la emoción. La fusión del público con los protagonistas era total, y el toro bravío era el punto central. El grito de “ole” fusionaba a todos. El manejo de capote y golpe de la espada oscilaba entre la gloria o el fiasco. La muerte digna o el indulto. A la terminación de la corrida, los niños anhelábamos que nuestros padres nos compraran las banderillas de juguete o los toritos de plástico.

 

Ahora, las corridas de toros han sido relegadas a la denuncia, al litigio de la prohibición, al imaginario del sufrimiento. Al paso del tiempo, eso se ha ido diluyendo, hasta la desaparición del Toro que anunciaba Osborne a las orillas de la carretera. El toro de lidia al borde de la transformación y de su extinción como animal bravo.

 

Quienes conocieron los discos de acetato para reproducir música, sabían de la leyenda en su parte superior que señalaba “el disco es cultura”. Ahora, que ya ni siquiera hay discos de nada, también se pone en duda si el disco es cultura. Aunque ya “Les Luthiers” lo habían advertido ¿El disco es cultura?

 

¿Las corridas de toros son cultura? La visión antropológica presenta una doble postura. El catedrático español Isidoro Moreno refiere que, si bien la tauromaquia es cultura, tomando en cuenta que lo que hace el hombre es cultura y que no depende de raíces genéticas o biológicas. Pero aquí advierte que no todo lo cultural es positivo o merece la protección de gran parte de la sociedad. Por ejemplo, dice, “La esclavitud es un constructo cultural porque nadie es por naturaleza (genéticamente) esclavo. La supremacía de lo masculino sobre lo femenino es otra estructura cultural. Como lo son el racismo, el sexismo, el clasismo y todas las discriminaciones, opresiones y explotaciones”.

 

Para Moreno, el propio toro es un producto cultural toda vez que ha sido modificada su genética para tener un animal con ciertas características. Ahora lo que se discute es si con todo lo que contiene como su critica, esta práctica de la tauromaquia “con sus dimensiones y significaciones actuales” debe ser protegida por las instituciones públicas, igual que si es fomentada o permitida.

 

Robert Irving, es un antropologo británico que se fue a hacer su trabajo de campo en las dehesas y conocer a fondo el mundo de los toros de lidia. El por su parte, defiende el lado ecológico de estas practicas. Encuentra en estos tiempos modernos el choque de dos posturas: quienes lo ven como un acto cultural y quienes “claman por la abolición de un espectaculo sádico y sanguinario”. Ambas posturas son irreconciliables dice Irving. No obstante, ambas tienen en común el ecologismo a decir de este académico británico. En su trabajo titulado “Corridas de toros: lo que ví durante un año en las fincas de cría”, este especialista de la Universidad de St. Andrews, Escocia, señala el descubrimiento sobre el beneficioso efecto ecológico que produce la cría ganadera taurina en la biodiversidad y el sistema silvopastoral de las dehesas.

 

En Querétaro y en México,  encontramos algo similar a lo que vio Irving, un mundo totalmente transformado de lo rural y con apariencias primitivas a lo urbano que no entiende de esos códigos y valores. No obstante esa imagen bárbara, la gente que se acercara a conocer este mundo, vería con sorpresa una rutina moderna y tendría otra impresión de todo esto.

 

Sin embargo, estamos entrando a un declive del mundo rural, con gente con otras sensibilidades y alejada del ecologismo pragmático del campo. En cuestión de porcentajes de población, como es lo que le encanta a la gente urbana, es ya mínima la que disfruta y entiende las corridas de toros y el mundo que le rodea. A mediados de la década de 2010 en España ya sólo el 9.5 de la población estaba a favor, a estas alturas del 2022 la reducción es mas profunda. En México ocurre algo similar. Así que poco a poco se ira menguando esta fiesta brava, como la misma sensibilidad hacia lo rural. Gente urbana que ya no entenderá sentir el campo, y solo disfrutar de lo verde en su minúsculo y anodino “roof garden”.

 

Quienes celebrábamos la emoción de las corridas de toros seremos como esos toreros del lado comunista, que ese vacío que la transformación nos arrastró hacia el.

 

El paso doble de Silverio interpretado por una banda de música bohemia sonará solamente con su eco en la Plaza de toros vacía, con esa imagen fellinesca de que el adiós es definitivo. Y el viento sea el que cierre la puerta.

 

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