Una Madre Abandonada – Carlos Ricalde

Me partiste el corazón, vidrio astillado,
¿Qué esperas en tan concurrida esquina? ¿Compasión, ayuda, piedad, limosna?
Tu cara expresa la angustia de la espina,
Tus cuatro hijos, de ocho a tres, alineados
A la vera de tus manos de madre,
Sucios, interrogantes, sonrientes,
Jugando en un jardín sin esperanza.

Cuanto dolor y cuánto debes haber llorado
Cada vez que dicen “mamá tengo hambre”
Y por más, un mendrugo no alcanza
Para alejar de esos niños la condena
Lacerante de un apetito voraz
A la edad en que el estómago más reclama.

Cuánto mojarás la Tierra con tu llanto
Cada vez que dicen “mamá tengo frío”
Y tu cuerpo no basta para darles calor,
A pesar del abrigo de tu corazón.

Y cuántas lágrimas escondidas entre tus manos Habrán acosado tu razón ante la sombra de la noche cada vez que ellos dicen “mamá tengo miedo”
Y tu propio miedo no es regazo de paz ni de consuelo.

¿Y donde estamos tus hermanos de raza,

Los que tenemos todo: vestido, sustento y casa.

¿Dónde estamos? ¿Por qué no te vemos? ¿Por qué no compartimos el pan contigo y con tus hijos? Porque damos gracias en la mesa Orando temerosos de perder el pan recibido Y no guardamos para ti, madre abandonada, ¿Ni un mendrugo, ni un dulce, ni un bocado?

No, no digan que El Señor vive entre nosotros; Debiera mostrarse más seguido porque somos duros: ¿Nos va a visitar El Señor cada 2000 años?
Mucha ventaja le da al mal que entre su pueblo vive: ¡2000 años! ¡Es mucho tiempo para una madre abandonada con sus hijos! ¡Señor, ven a verla, no la abandones también!

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