EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 240322
Al margen de toda la alharaca mediática que ha despertado la reciente inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, por parte del gobierno federal, donde hemos escuchado de todo, destacándose una cantidad importante de tonterías y sinrazones infantiles y esquizoides, y donde poco se ha mencionado el papel sustancial que el ejército mexicano ha tenido en este proyecto sustantivo.
Me parece importante señalar, que sin la participación de la SEDENA, como responsable de la obra, no hubiera podido realizarse en el tiempo que se ejecutó y con los costos estimados: obra récord en tiempo, con un ahorro de poco más de las dos terceras partes del costo estimado para la construcción del aeropuerto en Texcoco. Además, con el adicionado de no haber contratado un solo peso de deuda pública para su construcción.
Con esta tarea y otras a las que se le ha involucrado como son una parte de la construcción del Tren Maya, junto con el reguardo y distribución de vacunas anticovid, la construcción de cuarteles para la guardia Nacional y también los bancos Bienestar entre otras, han dado pie a un señalamiento ridículo de “militarización del país”. Pero que en realidad, se aprecia un empeño muy claro del ejecutivo nacional, de “lavarle la cara” al ejército mexicano.
Desde hace tiempo y hasta muy recientemente, existía un recelo y desconfianza bien ganado, donde los soldados no gozaban de la simpatía de la población en general, principalmente porque fueron utilizados durante décadas –como la mayoría de los ejércitos de América Latina- para reprimir a la población: en Chile, Argentina, Uruguay, el Salvador, Perú, Guatemala, Bolivia, Venezuela, Ecuador, etc., fueron lanzados contra los ciudadanos, con la justificación histérica del combate al avance del comunismo, producto de una conspiración internacional del eje soviético-cubano y bajo el patrocinio de los Estados Unidos.
Una idea simplona y peligrosa que llevó a muchos excesos y violaciones sistemáticas de los derecho humanos en el mundo y que aún hoy persiste entre algunos grupos políticos ultra radicales de la derecha mundial, incluido México. En España, por ejemplo, llevó a una guerra civil y una dictadura que duró cuarenta años, produciendo heridas sociales que todavía no sanan.
Hoy, por cierto, se puede escribir sobre estos temas sin el temor a ser reprimido. Pero en años recientes era riesgoso por la censura mediática que implicaba el no publicarte o la posibilidad de perder el empleo. Y por el otro, el ser satanizado y perseguido como comunista y ateo. El periodismo en provincia –y en Querétaro, particularmente- siempre ha sido otra cosa.
Había dentro de los valores entendidos del periodismo en general, tres instituciones que no se debían testarear: el presidente de la República, la virgen de Guadalupe y el ejército mexicano. Este último, fue utilizado en los acontecimientos del 2 de octubre de 1968 para masacras estudiantes, aunque ya había tenido actividades similares en movimientos populares de obreros y campesinos, aunque de menor escala.
Sin embargo, habría que recordar la participación de los soldados que entraron a la Universidad Autónoma de Querétaro –en 1966- a rescatarla junto a su rector el poeta Hugo Gutiérrez Vega, al que intentaban linchar un turba embravecida por el cura de la Parroquia de Santiago, en el momento en que se pretendía tomar posesión del Patrio Barroco, anexo al curato y entregado legalmente a la UAQ. Me parece que fue la única ocasión –en esa época- en que el ejército mexicano entró en una universidad para defenderla y no para detener estudiantes.
Hace tiempo, en algunas pláticas casuales con amigos, tuve el atrevimiento de afirmar dos cosas sobre los militares, que causaban malestar en algunos: Uno: que en general, los ejércitos de América Latina –incluido México- no tenían nada de gloriosos porque solo habían sido entrenados y utilizados para reprimir a sus propios pueblos. Dos: que solían ser prepotentes y autoritarios; poco productivos, costosos y siempre fantaseando en “hacer guerritas” internas.
En el estado de Chiapas, por ejemplo, mucho antes del levantamiento zapatista de 1994, pude constatar el enorme malestar y el evidente rechazo al ejército y a las policías locales, en las comunidades indígenas de ese estado, por la represión y el abuso a éstos, que iban desde las detenciones arbitrarias, la tortura, la violación y la muerte. Siempre en apoyo de los grandes finqueros, terratenientes y ganaderos de las localidades más pobres de la entidad. Estas arbitrariedades pocas veces o nunca, llegaban a la prensa nacional. Ahora con las nuevas actividades adjudicadas al ejército, veo un intento muy claro de cerrar ese distanciamiento entre la institución y los ciudadanos, a través de actividades prácticas y productivas de alto impacto social, en una especie de reivindicación, aprovechando todo el potencial de sus capacidades humanas y organizativas.
El desempeño de las fuerzas armadas, en las hoy tareas de acompañamiento social, han sido realizadas de manera eficiente y oportuna, produciendo un ahorro de recursos importantes para el país, que van a significar un avance considerable en la dotación de una infraestructura indispensable para el desarrollo nacional. Prefiero este nuevo rostro de la SEDENA y no aquel con el que crecí y me desempeñé como estudiante universitario.
Por cierto, la primer marcha a la asistí, siempre con el temor de toparme con los soldados, fue en la preparatoria de la UAQ en 1970, conmemorando el segundo año de los acontecimientos del 2 de octubre del 68, donde nos dimos el lujo de ondear la bandera a media asta, en palacio de gobierno, en la calle de Madero 70, ante la irritación de los funcionarios que resguardaron celosamente, la oficina del gobernador.
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