Neon

 

Infancia es destino

Manuel Basaldúa Hernández

 

Mi infancia tuvo como marco un escenario semi-rural, dado que vivía en la colonia Casa Blanca en la década de 1960. Fui de esa generación de niños que aprendió a escribir con el método de bolitas y palitos. Bueno, a graficar con bolitas y palitos, y luego con esos ejercicios repetitivos de rollitos de ruedas como si fueran remolinos, otras como olas, otras mas de picos. Planas y planas en nuestros cuadernos Teotihuacán y nuestros lápices amarillos Mirado.

La dificultad de graficar las bolitas y palitos eran acompañada generalmente por ese gesto que acompañaba a quienes empiezan a esa práctica que cambiaría la vida: sacar la puntita de la lengua y fijar la vista en cada rayita impresa. Y para mi, por si no fuera suficiente, tenía un reto más: acomodarme para escribir diferente y no entender porque no escribía como los otros niños. Los regaños de la maestra por no escribir con la mano derecha, hacía en esos tiempos mas tenso el asunto para que quedaran derechitas las bolitas. Ser zurdo era una especie de anomalía.

Aprender a leer era una cosa divertida, y las oraciones “ese oso se asea” y “mi mamá me mima” de las primeras lecciones nos acompañaron para devorar luego en una lectura curiosa los textos de los libros de la SEP. Convivir en la escuela “Rafael Rosas Rosains” y todo su patio de tierra para correr a placer, esconderse entre las nopaleras, juntar flores o recolectar renacuajos en los charcos era una diversión placentera.  La maestra era la autoridad afectiva, aunque enérgica y dura, pero también con toques de afecto maternal.

No conocíamos la palabra “lunch” o “lonche”, sino los “desayunos ipicu” que nos obsequiaba diariamente a la hora del recreo el IPIQ (Instituto para la Protección a la Infancia de Querétaro) y que consistía en una torta de jamón, una deliciosa lechita con chocolate, un plátano y un caramelo. En ocasiones la lechita de chocolate era sustituida por un refresco sabor mango llamado “Sansón”, pero esas eran raras ocasiones.

En esta época de la transición de la década del año 2010 al 2020 trastocada por la pandemia del Covid, las cosas se han puesto mas que difíciles para los niños que están iniciando su edad escolar. El enclaustramiento obligado, impuesto por los gobiernos locales para el control del virus modificó el ya de por si endeble sistema educativo que ha tenido impactos no esperados en toda América Latina.

La preocupación de la población se volcó sobre la economía, el trabajo, la producción de materiales, el ocio, entre otras actividades propias del mundo adulto. El sector salud fue el primer protagonista y con demandas de emergencia, y luego salió a la palestra el mundo científico a tratar de explicar el fenómeno. Y así sucesivamente, hasta topar con la cuestión educativa, y después de esta el espacio emocional.

Como en un suceso trágico de hundimiento de una nave en altamar se protegió a los adultos mayores, y al surgir una vacuna en tiempo record se les inoculó para su protección, y así evitar decesos y enfermedades graves. Luego se pasó a atender a los maduros y a los jóvenes dejando pendiente el “biológico” para los niños. Nuevamente el sector infantil se dejó al último. Como es el caso de las atenciones emocionales y los impactos no esperados sobre el aprendizaje y el conocimiento.

Enclaustrados en cuatro paredes, se le orilló al consumo de un mundo acotado y otrora satanizado: la televisión o las pantallas. Único resquicio para remediar la transmisión de conocimientos y la practica de la enseñanza. Los padres se volvieron de repente en mentores y orientadores malogrados de sus hijos. La hazaña de algunos maestros logró contribuir a episodios escolares como remedo de programas televisivos. Otros más con su “educación a distancia” pasaron de sus vergüenzas de no saber poner bien el Power Point a estar frente a una cámara y dirigirse a ciegas a sus alumnos.  Pero la emoción, el afecto y el rigor de la enseñanza estaba lejano y ausente. El llamado “aprendizaje significativo” nunca se logra por estos medios. Mucho menos en los pequeños infantes que requieren de ver a sus pares, a copiar las acciones o a compartir sus emociones y dudas.

La casa se volvió todo el universo del niño con una mescolanza de emociones, saberes y experiencias que traerá consecuencias hasta ahora insospechadas para estas generaciones. El médico y psicoanalista mexicano Santiago Ramírez, con su profunda influencia de Sigmund Freud y de la psiquiatría publicó su emblemático libro “infancia es destino” en 1974. En el señala que: “la conducta se encuentra motivada, consciente o inconscientemente. Los motivos generadores de conducta son fundamentalmente infantiles y se encuentran anclados en el pasado. En el curso de la vida infantil se estructuran modelos, los cuales constituyen formulas transactivas, particularmente funcionales en su época, operativas y económicas.” (p.14)

Aunque varios científicos de las ciencias sociales y de la salud se dieron a la tarea de trabajar sobre el impacto del enclaustramiento motivado por los riesgos de la pandemia, estos se volcaron a sus propios colegas, sin profundizar en las cuestiones de la divulgación científica. Dirigida a los padres de familia y a los políticos o gobernantes para hacer una adecuada toma de decisiones. A principios de este año la Dra. Gabriela Guerrero difundió en la web el documento “Midiendo el impacto de la Covid 19 en los niños y niñas menores de seis años en América Latina” publicación en línea REMDI junto con la UNICEF (thedialogue.org). Aquí, a escasos meses todavía se pensaba que los niños no eran afectados por el Covid. Guerrero señalaba que “La COVID-19 limita, por un lado, las posibilidades de las niñas y niños de acceder a servicios de salud, cuidado, educativos y de protección social; y por otro lado, incrementa el riesgo de una nutrición deficiente y de experimentar situaciones de violencia en el hogar (OECD 2020). La evidencia sobre los impactos de pandemias anteriores muestra que no solo habrá consecuencias inmediatas sino también en el largo plazo para muchos niños y niñas, especialmente para aquellos que se encuentran en la primera infancia, que es un periodo en el que la arquitectura del cerebro aún está en desarrollo y es altamente sensible a las adversidades del ambiente (Yoshikawa y otros, 2020).”

La Dra. Gabriela Guerrero en sus reflexiones finales indica que deben hacerse encuestas y evaluaciones continuas. Ella y su equipo de trabajo las realizo mediante llamadas telefónicas en toda América Latina. Y habla de como mejorar la metodología al respecto. Y con ellos analizar los indicadores de varios países y contrastarlos para encontrar una ruta adecuada para atender “los efectos que la pandemia ha tenido sobre la primera infancia, particularmente sobre su desarrollo y sus posibilidades de acceso a un conjunto de servicios básicos” (p. 29.)

Las zonas urbanas están siendo afectadas por el covid19 impactando principalmente a los niños, pero se agudiza más en los sectores infantiles de las zonas rurales. Con ello, vemos que ya no es lo mismo que aquellos años aciagos donde las diferencias entre lo urbano y lo rural no se distinguía de manera radical como en la década de 1960. Esto no quiere decir que haya casos excepcionales donde existen esfuerzos por transmitir conocimientos y enseñanza a los niños. Un ejemplo lo podemos ver en la zona de Oaxaca, en el documental “La educación en contingencia durante el Covid 19 en la costa oaxaqueña” producida por Herzel García Márquez y Luis Medina Gual que se puede ver en Youtube.

El Dr. Pedro Flores Crespo de la FCPyS-UAQ en su articulo “Escribir sobre el mar” publicado en el periódico El Universal, señalaba: “los llamados a regresar a la escuela, creo, priorizan la simple escolarización sobre la educación para la vida. ¿No será mejor volver para aprender?

Sin embargo, dadas las condiciones que estamos experimentando, hay que volver a la propuesta de Santiago Ramírez, y plantearnos como será esta tesis de que “infancia es destino”, y de como se estructuraran los modelos del curso de la vida infantil con estas experiencias de enclaustramiento, de regreso caótico donde no se sabe si la prioridad es la salud, el conocimiento o la vida de los niños. Así de complicado.

Será muy interesante que los papás escriban sus narraciones sobre como ha sido el aprendizaje de sus niños al graficar, escribir, saber leer, y como son sus formas de conocimiento de este mundo, realidad y fenómeno que les ha tocado vivir y experimentar, para que más adelante lo puedan recordar, asimilar y reflexionar en su contexto de educación avanzada, y sobre todo, conocimiento de su mundo y realidad, teniendo como apoyo y universo su casa y su familia.

 

 

 

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.