Sergio Romero Serrano
Con los ex presidentes llevados el fin de semana a consulta popular para ver la posibilidad de su enjuiciamiento, hay una lista importante de agravios a la población, que justifican el encono mayoritario de los ciudadanos. Yo me sumo a ellos. Guardo en mi lista particular de pendientes, desde hace muchos años, facturas que no me han saldado los susodichos. ¿Qué les reclamo?
De Carlos Salinas de Gortari, principalmente el fraude electoral y el engaño, muy similar al de López Portillo, de que con el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, entraríamos por fin al club de los países del primer mundo. Dijo que podríamos adquirir productos y servicios de primerísima calidad a precios muy competitivos y que exportaríamos todo lo que produjéramos para meter carretadas de dólares al país, dejando con ello ser exportadores netos de mano de obra barata.
Nos mintió, como lo hizo también con la venta de todas las empresas mexicanas bajo el control del estado, con el argumento que éste no es empresario ni debía generar empleos; que debería abandonar su papel de árbitro y regulador de las fuerzas del mercado, para que éste se autoregulara solo, a través de la libre competencia y la guerra de precios. Propaló y adecuó el marco legal del país, para que el estado abandonara sus funciones vitales ante los ciudadanos: ser garante de la tranquilidad, la seguridad, la comodidad y la calidad de vida de los mexicanos. Esto lo proporcionarían los mercados.
La realidad fue el desmantelamiento de las empresas en poder del estado, para enriquecer a su familia y a su grupo de allegados y partidarios políticos, a lo largo y lo ancho el país, como ya es bien sabido y documentado. Se concentró aún más la riqueza nacional en poquísimas manos, con la consecuente propalación de la pobreza y la pobreza extrema.
De Ernesto Zedillo Ponce de León hay que reclamarle el FOBAPROA. El endeudamiento de la población de dimensiones bíblicas, que hemos tenido que pagar por tres o cuatro generaciones: yo, mis nietos y bisnietos, responderán con sus impuestos por esta deuda milenaria que benefició -igual que siempre a lo largo de la historia- a un puñado de vivales y expertos financieros de adentro y de afuera del país.
¿Qué decir de Vicente Fox Quezada? Desde que era candidato a la presidencia de la República lo vi y escuché sus discursos, que a los pocos minutos de observarlo me quedó claro que el tipo estaba loco. Y no me equivoqué. ¿O sí? ¿Hay alguien que todavía lo tome en serio? Me bastó escuchar su argumentación, observar su expresión corporal, sus movimientos, su “mirada de toro loco” para concluir que así era.
A él le reprocho el engaño de que iríamos a la vida democrática plena. La farsa que montó sobre los cambios que demandaba la población y que votó por él: acabar con la corrupción en el gobierno, y el desmantelamiento de los privilegios para llevar la tranquilidad y la justicia a los ciudadanos. No solo no lo hizo. Se alió con lo más oscuro del príismo al que juró combatiría, al que despreciaba y comparaba con animales ponzoñosos, a los que más tarde les aprendió sus mañas y con ellos también se enriqueció. El cambio cacaraqueado no llegó sino que todo siguió más o menos igual y en algunos aspectos empeoró, como nuestra política internacional, donde pasamos del respeto al ridículo y la vergüenza.
Con Felipe Calderón Hinojosa el país se convirtió en un cementerio descomunal. Miles de muertos y desaparecidos a lo largo y ancho del territorio nacional. El crimen organizado pasó a controlar, hasta hoy fecha, amplias zonas de estados de la República: Zacatecas, Durango, Sinaloa, Chihuahua, Tamaulipas, el Estado de México, Guanajuato, Sonora, Michoacán, Veracruz, Nuevo León, Jalisco y Guerrero en una cruzada errática y tramposa del combate al narcotráfico.
Impresionantes cifras de muertos que no se contabilizan ni siquiera en alguna de las guerras actuales del medio oriente en este momento. El agravio es brutal. Calderón pasará a la historia patria como uno de los presidentes más incompetentes que hemos tenido.
Y de Enrique Peña Nieto, como el mago de la corrupción que alcanzó un grado de refinamiento impresionante nunca antes visto, que se extendió a casi todas las esferas de la vida pública del país. A donde ponga uno el dedo, salta pus. El cochinero es mayúsculo. La trivialización, la frivolidad y el degradamiento del estado mexicano, como nunca. Un presidente que era solo un títere del crimen organizado y del crimen de cuello blanco. Del primero tenemos de ejemplo los 43 desaparecidos de Ayotzinapa; del segundo todos los jugosos contratos a empresarios nacionales e internacionales sobre los recursos del país.
Son muchos agravios para un país tan joven como el nuestro. Cinco presidentes de la República consecutivos, que lo devastaron de una manera absolutamente mezquina e irresponsable. Presidentes que en una democracia real, no hubieran podido terminar sus periodos y estarían en la cárcel. Por otro lado, creo que pasarán a la historia, además, como los primeros que los ciudadanos habremos cuestionado públicamente y al amparo de la constitución, a pesar de un INE confabulado e incompetente.
Finalmente, no tiene idea, amigo lector, del enorme placer –porque fue placer y no satisfacción- la que sentí al tachar mi boleta de consulta con el SI. Si los quiero juzgados y condenados por traición a la patria (aunque seguramente no lo veré). Por mis padres, por mí, y por mi descendencia. Por un México más decente.
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