Manuel Basaldúa Hernández
El constante riesgo que se está corriendo por la pandemia del covid19 en esta segunda mitad del Siglo XXI ha cubierto de zozobra a la población mundial. Las miradas al futuro son a corto plazo, y los riesgos crecen paulatinamente a medida que hay un movimiento inesperado por cualquier segmento de la población cuando trata de retomar su anterior normalidad. Son mas las afectaciones que ocurren que superar alguna de las facetas de la pandemia.
La salud de la población mundial y la ciencia biomédica han sido trastocados por este virus con tal magnitud que nunca en la historia habíamos visto esas grandes trasformaciones en corto tiempo. Tales transformaciones han sido en búsqueda del bienestar de grandes segmentos de poblaciones, y muchos han acatado lo que sus gobiernos han señalado, independientemente de lo acertado de sus programas de salud y de sus economías.
Sin embargo, hay algo que ha llamado la atención: la reticencia de una parte de la población a cuidarse de acuerdo a los lineamientos que requiere el combate al flagelo en cuestión. Es decir, un importante segmento de la población no sigue los cuidados que debe atenerse frente a este fenómeno biológico. Oposición a vacunarse con el biológico correspondiente, el endurecimiento de las posturas de grupos antivacunas, el escepticismo de estas personas al avance de la ciencia y su logro por obtener esa vacuna protectora. De igual forma la resistencia a mantenerse en aislamiento, así como guardar la llamada “sana distancia” que consiste en el acercamiento a otras personas para evitar el contagio. Así mismo la negativa a usar el “cubrebocas” que sirve para evitar contagiarse o contagiar en dado caso de poseer el virus.
El problema se hace complejo debido a la combinación de factores que acrecientan esta resistencia a defenderse grupalmente a la pandemia. En primer lugar, se encuentran los escépticos, en otra quienes no pueden resistir al aislamiento por cuestiones económicas, una más, se encuentran en los jóvenes que se sienten intrépidos al riesgo y salen a eventos masivos. Edades, desigualdad económica y poca solidaridad social son factores que arrojan a estos individuos a la imprudencia.
¿Cuestión de educación? No es el caso, en países y ciudades del llamado primer mundo ocurren manifestaciones que se oponen a las medidas sanitarias. En Francia no conciben que para salir a tomarse un café en los restaurantes de París deben de presentar una evidencia de estar vacunados, en Rusia se promueven rifas de autos para aquellos que asistan a los centros de vacunación a ponerse el biológico, en Estados Unidos se rifan algunos millones de dólares para quienes acudan a ponerse la correspondiente vacuna.
¿Qué es lo que esta ocurriendo entonces? ¿Es culpa de los Gobiernos o de los ciudadanos?
La cultura aquí juega un papel crucial. Y los científicos sociales han respondido tardíamente, no obstante que han tomado cartas en el asunto. Pero también es claro que han sido relegados en todos los niveles existentes. La sociedad en su conjunto no ha sabido reaccionar con sus profesionales en este campo.
El carácter materialista de la sociedad contemporánea ha provocado un escepticismo entre la mayoría de los individuos y los ha alejado de esferas espirituales. El incremento de posturas individualistas ha resquebrajado los vínculos que llevan a la solidaridad y al interés por lo grupal. El sentimiento de la inmediatez frente a los fenómenos y al acceso a los servicios del estado sin un compromiso por el bien común, entre otros aspectos, han debilitado la solidez de los cimientos de la sociedad para actuar en conjunto.
El rescate del tejido social no es un elemento que otorgue votos a los políticos ni ganancias a las grandes empresas multinacionales o los empresarios locales. Y esto ha impactado en estas formas de conducta en los sectores de la población que han sido arrastrados por esa visión inmediatista y material de la realidad.
Los conceptos de solidaridad y la ayuda mutua tienen que ser rescatados para acercarnos a la recuperación de una ruta de participación comunitaria para lograr la estabilidad en la salud humana. Hábitos, costumbres y tradiciones a pequeña escala ayudaran a erigir nuevamente los pilares de esta salud que nos ha puesto en el camino de tener un promedio de vida de 80 años, y no esa fugaz existencia que hace siglos teníamos de morir a los tempranos 35. ¿Vale la pena no cree usted?
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